Nunca entendí por qué hay pueblos que celebran sus derrotas en lugar de festejar las victorias, si es que las hubo alguna vez: no es sano recordar el día en que los hados no nos fueron propicios en aquella batalla y nos llevamos las del ... pulpo y su cuñado. Y aunque cuesta imaginar que hagan fiesta porque los antepasados mordieron el polvo en un enfrentamiento plagado de muertos y heridos, tiene menos sentido todavía que lo celebren 499 años después.
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Por eso (y porque me he hecho un comodón) hacía décadas que no iba a Villalar a cantar lo de «Castilla entera se siente comunera» compartiendo una bota de clarete caliente y un bocata de tortilla más frío que los restos mortales de Padilla, Bravo y Maldonado. Pero, lo que son las cosas, sin venir a cuento me dio la ventolera y me acerqué a celebrar el festejo escuchando arengas y tomando unos cacharros con un par de cargos políticos y algunos amiguetes que hacía mucho tiempo que no veía.
Como, a pesar de todo, acudí sin convicción en la 'grandeza' de las derrotas, lo hice por llevar la contraria, por chinchar y por mostrar mi rechazo a esos políticos regionales de un partido moderado que llevan en el machito desde hace treinta y nueve años y en el que han decidido mantenerse a costa de lo que sea. Y, honradamente, no importa quién nos gobierne: lo que no soporto es volver a los tiempos de Fachadolid. Así que ayer me sentí comunero.
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