Fernando Morán. Recuerdos furtivos
«Sus conocimientos de música hicieron muy viva una conversación sobre Mozart, muy puesto Morán en un campo no precisamente el diplomático»
Antonio Baciero, pianista
Sábado, 29 de febrero 2020, 09:00
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Antonio Baciero, pianista
Sábado, 29 de febrero 2020, 09:00
Es de las gentes que recuerdas siempre con gran simpatía. Encontré a Morán cuando era embajador en la ONU, en Nueva York, un diálogo bastante surrealista pero no falto de solemnidad, «Parece que va a salir el 'sí'…» me dijo en un tono aterrado ... cuando el referéndum sobre la OTAN dejaba traslucir su resultado. El lugar era bastante peculiar, porque tenía lugar en el descanso de un concierto mío en el 'Metropolitan' donde su inagotable colección de instrumentos antiguos (unas 5.000 piezas) daba algunos recitales para abonados, el mío en una de las salas de Pintura Española. Justamente debajo del famoso niño de Goya con un pájaro y dos gatos había colocado el 'staff' su pianoforte de Cristofori de 1720, un ejemplar con características de único, encontrado milagrosamente en Siena (por mandato de una millonaria americana cuyo nombre no recuerdo ahora, y cuyo encargado lo encontró en un desván del Palazzo Vecchio de Siena después de haber sido cambiado a un afinador por una caja de botellas de vino, según la ficha del propio Museo…) que hoy constituye uno de los tesoros de la colección. Todo muy particular, con programa de música española inédita del XVIII y los autores, obviamente muy apropiados, como Albero, Rafael Anglés, Casanoves, etc. y aún más casual fue que luego Morán se uniera a la cena que daba una amiga, no lejos del Museo.
Sus conocimientos de música hicieron muy viva y atractiva una conversación sobre Mozart y sus colegas españoles, muy puesto Morán en un campo no precisamente el 'diplomático'. Me alegré tanto de conocerle también en esta faceta, pero de él tengo otra historia casi más curiosa. Cuando, como ministro de Exteriores, unos años antes, había nombrado embajador en Yugoslavia curiosamente a un viejo amigo mío. Tan amigo que, de cónsul en su época de Viena, nos invitaba a comer todos los miércoles a los estudiantes de música españoles allí. Asunto nada escaso de ceremonial, porque solo subir por la escalera del Palacio Pallavicini donde vivía te hacía sentirte como Beethoven y sus amigos aristócratas. Hay que decir que Julián era un tío, además de divertidísimo y culto, con gran prestigio en la carrera. Quizá se debiera añadir que, bastantes años antes, destinado en Bogotá, le encargaron de Madrid «cuídame al ministro colombiano» y lo hizo tan bien que se casó con su hija, la simpar y simpatiquísima Alicia, que tanto celebraba aquellas invitaciones. Además, en la casa, como muchas allí, tenía un espléndido piano con lo que las sobremesas eran largas e ilustradas.
El nombramiento de Julián para Belgrado tenía un añadido muy tentador, porque abría las relaciones con aquel país después de Franco. Nada menos. Ante algunas reticencias críticas de lógicos competidores, el ministro Morán –me lo ha contado un testigo presencial fiable– respondió: «Hay tres poderosas razones para nombrar a Julián Ayesta para abrir esta Embajada: es escritor, es asturiano y además es amigo mío». No puedo por menos de recordar hoy a ambos personajes que sin duda gozarán del cielo de la gente notable y digna de ser rememorada con nostalgia y una gran sonrisa.
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