Durante mi infancia fui un niño con tics. De forma compulsiva guiñaba los ojos y arrugaba la nariz. Muchos se reían, pero no recuerdo que me importara. Lo tomaba como un gesto que añadía cierta singularidad. Me complacía ser distinto y algo particular. Aún conservo ... esa estética y esa inclinación en el reconocimiento de los demás. Me gusta aparecer como raro. No sé bien si es porque lo soy o porque me lo hago.
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Yo no era tímido por tener tics, sino que tenía los tics por tímido. Mis padres no eran excesivamente rigurosos, pero la época lo era. La moral religiosa en un colegio de jesuitas era muy fiera. Los prolongados horarios te disciplinaban, mientras que la severa pedagogía imponía una lucha continua entre dos contrarios, estudiosos y vagos, romanos y cartaginenses, musulmanes y cristianos. La guerra era continua.
Afortunadamente, en aquellos tiempos no te diagnosticaban de TDH ni te ponían un tratamiento de anfetaminas. Estar sometido a más tensión de la que podías soportar, bien por falta de cariño o por exceso de celo, hacía que te movieras todo el tiempo o hicieras muecas sin quererlo. Gracias a dios no te buscaban las vueltas para tratarte como un enfermo. Esperaban a que al niño se le pasara la excitación o se recomendaba a san Vito la quietud de los pequeños.
En aquellos tiempos tuve la solitaria. Durante varios años llevé conmigo una serpiente de nueve o diez metros alojada en las entrañas. Estaba muy delgado y lo achacaban a que la enorme lombriz se comía la mitad de lo que yo tragaba. Es curioso, pero no me daba miedo que un enorme gusano recorriera libremente mis intestinos.
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Intentaba expulsarla comiendo pepitas de calabaza para adormecerla y luego un purgante, aceite de ricino, para expulsarla en un orinal lleno con leche de vaca. Nunca lo conseguí. Desapareció porque inventaron un fármaco –Cestocida– que anulaba su defensa contra los ácidos gástricos y te la zampabas. Cuando me preguntaban después por ella, decía alegremente que me la comí. Pocos lo entendían.
Ahora que algunos están tan preocupados por cuidar la biota intestinal, esos kilos de microrganismos que incorpora el aparato digestivo, resulta lejana y a la vez inquietante la presencia en la tripa de una culebra tan huraña. La biota es necesaria para la vida, porque necesitamos invitar a la mesa a un ejército de comensales que nos prestan un servicio vital. Pero no podemos pensar lo mismo de una tenia macroscópica.
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Sin embargo, la solitaria tuvo algunas ventajas. Fue muy importante en mi imaginario escolar, aunque a efectos de mi bestiario aventurero más que flora fuese fauna. Y, además, por su curioso nombre servía indistintamente de antídoto y de custodio de la soledad. Función que no se debe desdeñar.
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