De Epicuro de Samos apenas conservamos tres epístolas, escasas máximas y una breve colección de fragmentos. Sin embargo, su impacto es tan notorio, su acento tan vigoroso y son tantos los debates que ha suscitado, que lógicamente resurge en nuestra memoria de vez en cuando. ... Rescato para celebrar su recuerdo espontáneo una de sus sentencias más propias: «Nada es suficiente para quien lo suficiente es poco».

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Con escasas palabras quedó definida para siempre la lógica del deseo y, de paso, la del consumismo capitalista. ¡Nada basta!; ¡consume!; ¡quiere más! Así se define el principio categórico que, ayer y hoy, rige la moral.

«Suficiente» no es una palabra que hoy despierte atracción. Nos llega como una molesta advertencia que exige continencia y moderación. Es un buen término para el moralista, pero un obstáculo para quien no quiere complicaciones y entiende el placer por acumulación, sin sutileza ni lujuria en el detalle. Le suena a conformismo insulso y carente de ambición. Sin embargo, Epicuro volvió a la carga y quiso remachar la idea con otra frase similar: «A quien un poco no basta, a éste nada le basta». Poco; bastar; suficiente; más. Palabras epicúreas que suman sus atractivos y que la mayoría preferimos no confrontar, salvo la excepción de algún que otro filósofo que viaja con esa alforja epicúrea por la vida y por el mundo.

Epicuro prosiguió con sus advertencias. Dijo, por ejemplo, que «la conformidad es la mayor de todas las riquezas», afirmación que acompañaba de la recomendación de «pasar desapercibido en la vida», si se quería vivir con comodidad. Visto desde la distancia de tantos siglos, cuesta entender la animadversión que despertaba entre sus contemporáneos estoicos y entre los cristianos después. Su imagen de hombre incontinente e inmoderado, tan contraria a su moral y su doctrina, es una de las primeras 'fake new' de las que tenemos noticia histórica.

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Quizá todos los malentendidos que le rodean provengan de su trato con la razón, que en su filosofía acababa relativizada y apeada del valor supremo que regía para el estoico, que respaldaba la ideología conservadora y común de los patricios. No en vano defendió que incluso la razón debe moderarse y contener las ambiciones del saber y la curiosidad. Y, en el caso de los cristianos, quizá su enfrentamiento provenga de que la defensa del placer, entendido como un bien superior a todos los demás, encajaba mal con la hipócrita austeridad de la Iglesia, siempre poderosa, rica y abusiva. Romana, a fin de cuentas. Sorprende que, defendiendo en apariencia lo mismo, cristianismo y epicureísmo se mostraran tan distintos. Recuerda al enfrentamiento de los partidos modernos en defensa de la democracia.

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