![Sentimientos](https://s3.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2023/11/09/83268490-kCf-U210673211087uuH-1200x840@El%20Norte.jpg)
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Todos los sentimientos incluyen una porción de poder. Solemos decir que están atravesados por él, como si se tratara de una fuerza o un objeto que se puede ensartar en las mentes o en los cuerpos. Desde Dios, al que identificamos por su omnipotencia, hasta ... el último cordero del rebaño, todos necesitamos de alguien sobre quien podamos ejercer dominio, orden o control. Siempre hay alguien por encima y por debajo. Ni el anacoreta o el ermitaño consiguen una soledad suficiente para evitarlo.
No sé de ningún sentimiento vacío de poder. Hasta los más nobles dejan latir en su interior un conato de empuje y mando. Probablemente no se pueda eludir esta condición y solo quede a nuestro alcance el propósito, más o menos formal, de controlar ese ciego y primitivo esfuerzo. Ni el amor está a salvo. Sin duda, el amor tiene mucho de generosidad, entrega y hasta de sacrificio, es cierto, pero no en mayor dosis que el ansia de posesión y señorío. Hay algo bronco y posesivo en la palabra cuando decimos «mi amor».
En realidad, juzgamos como sanas o enfermizas las relaciones de amor según los canjes de poder de sus protagonistas. Las imaginamos malsanas cuando no poseen una vocación de igualdad y simetría. Es decir, cuando las agujas del poder no se equilibran. Y nos parecen más prometedoras, en cambio, cuando un ideal de equilibrio las guía, las corrige o las juzga.
En este sentido, cabe afirmar que no hay sentimiento que no lleve en sus alforjas algo turbio incluido. Todos se presentan bajo la amenaza del cinismo o la hipocresía.
Una hipocresía que, sin ir más lejos, añade a la condescendencia un componente agrio de suficiencia, o incorpora su grano de desprecio a todo beneplácito. Y si recurrimos pomposamente a lo magnánimo no podemos evitar un gesto de benevolencia que implica también un orden jerárquico, una superioridad que no queda anulada por el gesto de desprendimiento que le acompaña. Incluso los sujetos calificados de generosos nunca son como parecen, lo que me permite decir, sin pecar de retorcimiento, que muchos son sospechosos. Al decir esto puedo dar imagen de resabiado o resentido, pero prefiero dar que pensar antes que faltar a la realidad tantas veces comprobada.
Para ser medianamente sincero, que es un sentimiento algo disneico que nos impide respirar, no creo mucho en la bondad. Al menos no creo en la bondad blanda e inmaculada. Siempre encuentro detrás algún provecho, algún egoísmo interno. A veces ocultarse es la forma más sutil de ejercer el poder y destacar, como, en sentido contrario, presentarse como ejemplo puede convertirse en una ocasión para culpabilizar o crear mala conciencia en los demás. Y eso, a fin de cuentas, equivale a ejercer un poder ladino y sacerdotal.
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