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Durante bastante tiempo hemos aceptado que el mejor modo para ocultarnos algo y oscurecer la conciencia era reprimirlo. Mediante la represión, mecanismo que formuló y añadió a nuestra cultura Freud, hundimos en el inconsciente lo que no toleramos y lo dejamos en aquella sentina hasta ... que la barrera psicológica lo permita, si es que llega a hacerlo. Así nos explicamos que uno sepa cosas que no conoce, o en sentido inverso, que uno no conozca lo que sabe. Da lo mismo. El resultado es que hay sucesos y deseos que nos negamos a reconocer y a hablar de ellos, sin que lleguemos a ser conscientes de que lo hacemos.
Sin embargo, asistimos al progreso desmedido de otro tipo de habilidad para ocultarnos lo que incomoda. Lo llamamos denegación y funciona de un modo distinto. No actúa de una forma enérgica e involuntaria hasta lograr la represión final, sino que sencillamente desconecta lo que no le gusta o no lo interesa. Es consciente de que lo hace, pero consigue disimularlo para sí mismo. Cualquiera puede negar lo que ve, ningunear a quien no le gusta, mirar para otro lado, desentenderse de lo que le resulta evidente y jugar con todo ello al secreto de Polichinela, simulando mantener en secreto lo que es conocido por todos.
Este procedimiento de denegación es el más socorrido en los tiempos modernos. Ya grandes estudiosos de la mentira, como Alexandre Koyré, en 1943, y Hannah Arendt, en 1969, subrayaron que nunca se había mentido tanto ni de manera tan desvergonzada y sistemática. Sin embargo, todos somos testigos de cómo la desfachatez que denunciaron estos autores ha crecido alarmantemente durante las dos últimas décadas. Y comprobamos cómo este modus operandi, apoyado en el auge de las redes sociales, se ha extendido al común de los mortales. Hasta el punto de que el ciudadano medio no solo deniega a todo trapo, sino que está deseando que le mientan y engañen. Con razón estos mismos autores, respaldados más tarde por Jacques Derrida, en 2012, sostuvieron que la mentira moderna no es concebible sin el autoengaño del mentiroso y del mentido.
Ahora bien, las consecuencias de estos dos oscurecimientos de la conciencia son distintos. Cuando la represión se desmadra e intensifica, la angustia se dispara. Hay vivencias que no pueden ocultarse completamente o durante tanto tiempo y buscan la salida por el cuerpo o por el alma. Son los síntomas: la ansiedad, el miedo, la somatización, el delirio en casos extremos. En cambio, cuando la denegación se expande la consecuencia principal es el exceso de violencia y el vacío de los ideales. La denegación necesita crear un enemigo para justificar la mala fe y dar pábulo al totalitarismo.
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