Dar sentido a cuanto sucede es una tarea imprescindible. El sinsentido angustia y nos obliga a interpretar las cosas y proveerlas de significado lo antes posible. Toleramos mal el vacío de significación y la ambigüedad. Pero, como ocurre con todo aquello que nos resulta necesario, ... significar se convierte pronto en una cárcel de la que nos cuesta escapar. Hay veces que la compulsión a proveer a todo de sentido se vuelve una pesada carga que nos vence y esclaviza.
Publicidad
Pensemos, por ejemplo, en dos experiencias tan humanas como lo son el amor y la desconfianza. El enamorado, como ha subrayado Barthes, se convierte enseguida en un semiólogo en estado puro que permanece al acecho de todos los signos de su amado. De cualquier palabra o gesto deduce cariño o una amenaza de soledad y celos. Mientras le dura la pasión es un intérprete infatigable que se vuelve serio y trascendental, como lo son todos aquellos que piensan demasiado.
Por su parte, la desconfianza también nos convierte en un motor de significación incansable. El desconfiado no para de buscar intenciones malévolas y supuestos abusos en los demás. La idea de perjuicio se ha apoderado de él y no encuentra alivio ni paz.
Ambos, por lo tanto, como vivos representantes de la confianza y el recelo de nuestra especie, son dos ejemplos cotidianos de la tiranía del sentido, el uno agridulce y amargo el otro.
Por estas circunstancias que acabo de exponer, la risa resulta tan provechosa como oportuna. Acude siempre en auxilio de la rigidez del sentido al que alivia de dureza y severidad. Con su burla revierte y aligera la significación de cuanto le rodea.
Publicidad
De repente, el sentido se tuerce, la valoración se ridiculiza y la risa brota. Nunca es fácil distinguir si la risa antecede o sigue a la destrucción del sentido, pero ya sea causa o efecto los resultados son los mismos. La risa nos libera, en definitiva, porque rompe el sentido de la realidad. La risa es producto de una mirada superior a las demás. Es una puerta abierta a cualquier situación más o menos estancada. La risa debilita todas las significaciones que la preceden. Es como un último gesto que ridiculiza con sorna, pero sin saña, las creencias más firmes y los valores más sagrados.
El pensamiento siempre es adusto, grave y circunspecto. Por eso necesita de la ironía y la risa para evitar que se vuelva rocoso y monolítico. Todo dogmatismo, entendido como una enfermedad carencial, es una penuria de risa. La risa deshace todo autoritarismo, esencialismo y, en general, cualquier ismo que se haya adherido a una actividad. La tarea del sabio se reduce a esta simpleza, a no perder la risa que acompaña como crítica burlona a cuanto piensa.
0,99€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.