Ibarrola
Crónica del manicomio

Refugio

«Las personas se ven obligadas a mentir a los demás y a mentirse a sí mismos mucho más. Y no hay mejor mentira que no querer saber, mirar para otro lado y ocultar la contribución sentimental en nuestras desdichas»

Fernando Colina

Valladolid

Viernes, 26 de enero 2024, 00:20

Hoy se habla poco de estas cosas, pero es frecuente que nos refugiemos en las enfermedades o bajo sus síntomas. Nos escudamos tras ellos y, si viene al caso, los provocamos consciente o inconscientemente para usarlos en defensa propia. Ahora bien, si no se habla ... de este asunto, o son pocos los que se animan a hacerlo, es porque hoy en día las ideas dominantes son tan tontamente optimistas que está mal visto que alguien reconozca la participación activa en sus propios sufrimientos. Todo malestar, incluidos los del círculo mental, o estos por encima de los demás, son atribuidos por la mayoría de la gente a un origen físico. La participación moral de cada sujeto se reduce a subrayar la cuantía de resistencia que opone al dolor, pero elimina del pensamiento la posibilidad de cualquier contribución causal.

Publicidad

En el fondo, todo el mundo admite que uno es, o puede serlo, el peor enemigo de sí mismo, pero vive de espaldas a ese desencuentro. La introspección y el conocimiento de sí ya no se cultivan y, en general, se observan con precaución y se prefiere atribuir los padecimientos sufridos a determinantes sociales o biológicos, desentendiéndose de los que se adentran en la intimidad y la ponen en cuestionamiento.

Estas resistencias han existido siempre, máxime desde que el descubrimiento freudiano elevó el nivel de curiosidad, pero parecen haberse incrementado durante las dos primeras décadas del siglo. Sucede, probablemente, porque el mundo interior se descubre a través del deseo y el lenguaje, sin imágenes, a base de palabras e intenciones, lo cual le vuelve bastante ajeno a los modos visuales que se han impuesto. Por otra parte, según han avanzado los usos científicos, que exigen pruebas experimentales sobre la realidad, se ha descuidado el uso de la verdad íntima, y con ello ha crecido la mentira en su uso político y social. Quizá ocurra en justa compensación, como si fuera necesario que cuando la verdad objetiva y científica crece, la subjetiva mengue. Por eso, las personas se ven obligadas a mentir a los demás y a mentirse a sí mismos mucho más. Y no hay mejor mentira que no querer saber, mirar para otro lado y ocultar la contribución sentimental en nuestras desdichas.

Sin embargo, la tristeza desmedida, por recurrir a un ejemplo probatorio, lo que llamamos depresión, además de un colapso del deseo y una causa de malestar, es un oportuno modo de tapar los problemas sin enfrentarse a ellos. La tristeza es muy molesta, pero nos ahorra muchos esfuerzos. La depresión también puede enfocarse como una fortaleza, como un castillo romántico que nos sirve de cobijo y parapeto. De hecho, a veces cuesta abandonarla, una vez que se comprueban sus increíbles favores y sus goces perversos.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

0,99€ primer mes

Publicidad