Nadie sabe lo que puede pasar. Se ignora la evolución del 'homo sapiens' una vez que se disuelva en la realidad virtual. La tecnología digital se ha apoderado de la cultura, de la información y del régimen de verdad, pero también empapa el cerebro. Varias ... horas diarias ante la pantalla, incluidas las de aplicación escolar, han de tener influencia en la capacidad de discernimiento y en lo más profundo de la estructura neuronal. Quizá sea para bien, quizá sea para mal.
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La humanidad siempre se ha orientado con los sentidos, ya fuere con la vista, el olor o el ruido, pero si nos empezamos a orientar, más que por ellos, por el mapa electrónico proporcionado por un satélite lejano y mecánico, no adivinamos el resultado final. Más que nada porque, tras varias generaciones inmersos en ese ambiente, el sentido común se verá lógicamente afectado. Esa concomitancia básica que nos garantiza coincidir en que esto es una mesa, que aquello es verde o que tú eres más alto que yo, pierde su valor de referencia y nos deja sin más asidero que la realidad telemática. Y dentro de ella no sabemos qué verdad común se acepta o qué duda colectiva cabe, incluso poco a poco no acertaremos a distinguir una noticia verdadera de una falsa. Ambas serán perfectas. No alcanzaremos a definir la verdad y la falsedad, ni siquiera tan sumariamente como ahora.
Además, es de temer que según gane terreno la realidad virtual sobre la natural iremos perdiendo capacidad histórica. Todo sucederá en el presente, sin antecedentes ni consecuentes. El pasado y el futuro serán dos presentes más. Lo presentes serán múltiples, varios a la vez, porque el tiempo coagulará la vida y la convertirá en una sucesión de instantes. La nostalgia y la promesa, que son nuestras dos caras más humanas e incluso más tiernas, desaparecerán de nuestra experiencia. La añoranza y la utopía serán sustituidas sin contemplaciones por el metaverso y la distopía.
Por otra parte, el recalentamiento nos obligará a vivir muchos meses al año en una burbuja térmica, donde nos protegeremos de las quemaduras que nos provocará el pavimento si nos caemos, o el aire mismo, que abrasará los bronquios si la bocanada es grande. Al pasar el verano encerrados como Truman, en una pompa de cristal, entre imágenes e inteligencia artificial, habrá que readaptar la búsqueda de placer y los encuentros del amor a una pantalla ficticia, semirreal y semipornográfica, que reproduzca cuanto podría estar sucediendo pero que no llega a pasar. En suma, la vida irá perdiendo intimidad, los besos serán secos y los labios ásperos como cortezas de álamo. Y cuando llegue el invierno y el frío nos permita abandonar el globo refrigerado, quizá suenen fuera los primeros disparos.
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