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Opinión

Prescribir

«La psiquiatría es una profesión médica algo errática, que genera una población de fieles, pero también un colectivo de usuarios opositores que no se dan en el ámbito de otras especialidades»

Fernando Colina

Valladolid

Viernes, 20 de septiembre 2024, 06:43

Prescribir es una palabra poliédrica. Reúne tres acepciones que, en apariencia, nada tienen que ver entre sí: ordenar, extinguir y recetar. Salvo el nombre, no hay señal de nada que las hermane. Por un lado, prescribe un tratamiento, por otro, la extinción de una obligación ... y, en tercer lugar, alude a algo que se exige. Sin embargo, hay ocasiones en que las palabras aúnan sus variopintos significados y dejan ver la vena común que las alimenta.

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Tal sucede, por ejemplo, en el caso de algunas denuncias de los llamados disidentes o supervivientes de la psiquiatría, que reúnen en la misma palabra los tres tormentos que lamentan: la queja por la excesiva prescripción de medicamentos; el estigma de un diagnóstico que no prescribe nunca y queda imborrable en sus historiales; el mandato prescrito por algunos profesionales, sociales o sanitarios, dispuestos a rehabilitarlos y normalizarlos sin su consentimiento. Como vemos, hay ocasiones en que las palabras, por muy polisémicas y rebeldes que parezcan, recuperan su secreta comunidad.

Sea como fuere, el problema repercute en muchos más, pues junto a este colectivo de disidentes hay multitud de personas más acomodadas a los hábitos psiquiátricos, como lo son todas las que abusan voluntariamente de los psicofármacos, las que se contentan con recibir pautas de conducta y buenos consejos, o las que exigen un diagnóstico como quien se aprovecha de una identidad suplementaria: soy bipolar, soy depresivo, soy fibromiálgico, soy psicótico.

La psiquiatría es una profesión médica algo errática, que genera una población de fieles, pero también un colectivo de usuarios opositores que no se dan en el ámbito de otras especialidades. No hay colectivos asociados en contra de nefrólogos, cardiólogos o dermatólogos. Pero en contra de psiquiatras los hay. Quien busque una explicación lo tiene fácil. Las enfermedades del nefrólogo admiten un diagnóstico único, que es el certero, y se equivoca de plano quien no acierta con la dolencia precisa. En cambio, cualquier molestia psíquica admite al menos una docena de diagnósticos distintos que no dicen nada y son mera palabrería. Cualquier persona que se sienta triste puede atraer sobre sí varios diagnósticos sacados de un oficioso manual que los enumera a cientos. Esto desconcierta normalmente al psiquiatra, que no encuentra ante si auténticas enfermedades y decide huir hacia adelante multiplicándolas.

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Esta pasión diagnosticadora y clasificatoria que ha invadido la psiquiatría me recuerda, salvando las distancias, la denuncia de algunos autores latinos. Protestaban, en aquel entonces, por las decisiones precipitadas de la asamblea romana en tiempos de la república, que invertía al día siguiente una decisión de pena de muerte ya ejecutada.

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