Prescribir es una palabra multívoca que inquieta lo suyo. Al menos en mi profesión. Bajo un mismo término se cobijan significaciones muy distintas, como ordenar, extinguir y recetar. Puedo decir, por ejemplo, que «la ley prescribía que nos atuviéramos al fármaco prescrito y dejáramos de ... pensar en normas ya prescritas». Con esta simple frase he recorrido todas las posibilidades y sacado a la luz la ambigüedad de la palabra y su polisemia nuclear.
Publicidad
La inquietud proviene del peligro. Porque cuando entregamos una receta a quien solicita ayuda psicológica, abrimos una vía dudosa, como lo es abordar los problemas con soluciones químicas que presentan efectos secundarios y potencial generación de malas artes o mañas. Pero no solo se localiza aquí el peligro, que es fácilmente reconocible, sino que con la misma palabra puedo jugar con el tiempo. Puedo ordenar o sugerir una toma indefinida, como si se tratara de una prescripción sin prescripción posible, o plantear una fecha concreta de prescripción y suspensión de la botica.
En cualquier caso, lo que identificamos como manicomio contemporáneo gira en torno de este vocablo. Es cierto que ya no existe el manicomio entendido como edificio dedicado al encierro de los alienados –o no existen tantos como antes, pues haberlos haylos–, pero existen otros manicomios que también merecen su crónica en esta sección.
Ahora, en concreto, se habla de manicomio químico. Un concepto que identifica la inclinación a cronificar de la psiquiatría actual, cuando somete a los alienados a un tratamiento medicamentoso fuerte y continuado. Y aquí someter es utilizado en su sentido más justo de sujetar y humillar a la gente. El loco moderno es alguien que, a fuerza de prescripciones, es convertido en alguien obediente, sumiso, pasivo, con sobrepeso y con dificultades para pensar y expresarse. Con esto el sistema se da por contento, en la medida en que el diagnosticado ya no incordia, no reingresa tanto, no despilfarra su paga, consume a espuertas medicamentos y da de comer a empresas sociosanitarias. Es cierto que esta sucinta exposición suena a simplificación, reducción de los problemas e incluso a una no oculta inclinación ideológica, pero es tal cual. O así me lo parece a mí y a bastantes más.
Publicidad
La nueva cronicidad, el nuevo manicomio, asienta los reales en un diagnóstico que no prescribe, pues deja su estigma grabado en los pilares de la identidad. Se basa también en un régimen de vida austero, que prescribe hábitos tan sobrios que por su nombre recuerdan al eclesiástico hábito talar. Y, finalmente, como garantía para lograr los objetivos precedentes, no deja de prescribir medicamentos hasta la saciedad.
0,99€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.