Estar pasado de moda es una experiencia sabrosa. Quien la experimenta, a poco que la disfrute, se vuelve ajeno al tiempo y se suscribe a una eternidad propia. Se aleja de la precipitación de los cambios y de todo aquello que es gratuito, artificioso y ... discrecional. Escapar del presente nunca hay que tomárselo a mal, porque en sí mismo no es un envejecimiento sino un impulso de conservación en frío. Más que un retiro a un espacio pasivo o anodino representa una posibilidad de elevación prometedora.

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Así estaban las cosas, tan ventajosas y tocadas de ese narcisismo que despunta en toda soledad y en cualquier retiro, hasta que sorprendentemente se puso de moda lo pasado de moda. Ese fue el final de un descanso merecido. Nació entonces lo vintage, lo que retorna del pasado con nuevos estímulos. Aquel hijo pródigo y anticuado, que fue expulsado del torbellino en boga, vuelve ahora a la modernidad dispuesto a incorporarse de nuevo a lo mundanal, a lo vírico, a lo icónico, a la pasarela social. Se entrega en brazos de cualquier influencer para que lo module de nuevo y lo ponga en escena con posibilidades de atraer y triunfar.

Pero en este retorno no hay que ver solo el destino circular de las personas que salen y entran en la noria de las modas. También las doctrinas morales más antiguas vuelven de cuando en cuando al corrillo de la actualidad. Ahora, por ejemplo, lo hace el estoicismo. No es de extrañar, en realidad. Incluso sorprende la tardanza en hacerlo.

Leer a Epicteto, Séneca o Marco Aurelio, como en estos tiempos se propone practicar, supone aceptar las recomendaciones del momento para rescatar lo que viene de muy atrás. Algo ha encontrado la cultura presente en el estoicismo para amigarse con él y promoverlo de nuevo. En realidad, cada época ha tenido sus motivos para hacerlo, pues en el curso de los siglos el estoicismo vuelve periódicamente. Nuestra cultura intenta descubrir de nuevo su racionalismo y ha hecho suyos sus principios y sus paradojas. Ha ponderado con gusto esa moral severa, rígida, patriarcal, muy masculina en su mal sentido, que defiende la razón como bien principal. Una razón que hoy sería eminentemente técnica, a la medida de los grupos de inversión, que no buscan tanto que la vida sea razonable sino que esté sometida a su razón. Una moral, por otra parte, rígida, austera, que ponga control a la disposición epicúrea del pueblo, siempre inclinado al placer, a lo soleado y a vivir junto al mar.

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Los dueños y creadores de la opinión han sacado al estoicismo de su sueño eterno y nos lo ofrecen aseado y sin contradicciones para mantenernos ilusionados, luego ilusos, borrachos de moda un tiempo más.

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