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La espectacular caravana de jóvenes voluntarios que, escobón al hombro, se dirigen estos días a las zonas inundadas de Valencia da que pensar. Primero, por lo que revela de la juventud actual, al menos de un componente importante de ella. Y, en segundo lugar, porque ... desmiente algunos de los valores con que se la venía caracterizado hasta ahora.
A los miembros de las últimas generaciones de nativos digitales y víctimas precoces de la pandemia, se los ha descrito como apáticos, de blandengue identidad e interminable adolescencia. Así se pronuncian muchos sociólogos, psicólogos e historiadores de la mentalidad. Se los ha juzgado como sujetos sin consistencia, depresivos y aficionados a sustancias adictivas. Y, por si fuera poco, se les ha identificado también como colaboradores de la polarización y derechización de la sociedad.
Pero, súbita e inesperadamente, como despiertan todas las revoluciones, se presentan activos, solidarios y comprometidos con la gente. Observamos perplejos que funcionan y se organizan por su cuenta, dando la espalda a gobiernos y administraciones. Quizá porque no crean en ellos. O quizá porque les une misteriosamente un fuego nuevo que prende en la ignorancia de no saber qué es lo que quieren o qué pueden llegar a ser, cegados ante un futuro común carente de horizonte y de posibilidades.
La caravana de jóvenes responde a la inmediatez e inmanencia del tiempo actual. Ya no disponen de grandes ideologías que alimenten sus deseos e ideales, ni les llama a la rebelión el falso modelo que les ofrece la política y el esperpento de sus debates. No hay utopías a su alcance sino distopias de ciencia ficción y realidades virtuales.
Y en estas, descubren con una DANA que su mayor vocación, su mejor anhelo de pertenencia y reconocimiento, consiste en limpiar. En limpiar y limpiar. Limpiar las calles, limpiar la naturaleza, limpiar el aire, limpiar la política, limpiar la sociedad. Han venido al mundo en un universo lleno de residuos mentales, naturales e ideológicos. Aceptan implícitamente, con Mark Fisher al frente, que solo es posible resistirse al capitalismo, no superarlo, así que de momento arremeten contra la basura para conocer el suelo que pisan y recuperar los colores originales.
Mientras tanto, los más antiguos seguirán mirando por lo suyo y fomentando el populismo y la intolerancia. Acentuarán las diferencias sociales y doblegarán al emigrante que invade su terruño. Y si es necesario, irán a la guerra para evitar la depresión. Y como muestra de su desinterés, acumularán desperdicios, como auténticos diógenes sociales, antes de que los chicos de la limpieza y del reciclado los saquen de sus guaridas y sin mayores contemplaciones los barran del siglo.
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