En el último libro de Lola López Mondéjar, 'Sin relato', se da cuenta de la dificultad que encuentran los jóvenes modernos para construir una identidad sólida, suficiente para afrontar los escollos de la vida. Esta escritora y psicoanalista, a la vez que lectora empedernida, logra ... conjugar el pensamiento contemporáneo sobre este fracaso con su experiencia personal como ciudadana conspicua y con el aprendizaje que le prestan los pacientes en la clínica.
A su juicio, el aprieto atañe especialmente a las nuevas generaciones, a esas que ya se han educado como nativos digitales y no han hecho la transición progresiva que hicimos nosotros desde la radio a la televisión, del televisor al ordenador y de este al smartphone, sin quemar etapas y sin creer ciegamente que los avances técnicos iban a prestarnos un barniz de felicidad. Estos jóvenes han disfrutado de las indudables ventajas del saber digital, en cuanto a facilidad de conocimiento, de comunicación y de información cultural, pero al tiempo han padecido sus inconvenientes: la inflación de imágenes, el pensamiento superficial y los contactos humanos de corto recorrido y escasa intimidad. La consecuencia más llamativa se revela ahora, según la perspectiva que la autora comparte con otros estudiosos, bajo la forma de incompetencia introspectiva, escasa habilidad narrativa para plasmar su biografía y, en último término, por la incapacidad para relacionar su sufrimiento psíquico con causa alguna. La angustia, el dolor, la tristeza o el desequilibrio, suceden a su juicio bajo una monótona causalidad que remiten a un desorden cerebral y no a un desequilibrio social o psíquico.
Si a este factor digital, cuya influencia final aún está por sopesar, unimos la dificultad de cualquier joven para diseñar un proyecto trascendente en medio de un mundo hostil, comprendemos mejor su precariedad personal. Y si, por añadidura, especulamos sobre las consecuencias de una educación permisiva, sin disciplina ni autoridad suficiente, sin orden ni castigo, entendemos la finura de su piel y la mandíbula de cristal con que se enfrentan a la realidad.
El resultado de la suma de estos factores es la profusión de personas, que hoy con más frecuencia que antes, se sienten huecas, se quejan de vacío interior y se muestran invertebradas. Sujetos condenados a no encajar bien con nadie, dada la penuria de su deseo y su escasa empatía. La consecuencia indeseable es que muchos de estos jóvenes no se concentran, se aburren o se activan en exceso, se deprimen, basculan entre la obesidad y la delgadez, se autolesionan y se pintan o atraviesan la piel de forma compulsiva. Y si es necesario, se apuntan a vivir en un mundo rodeado de psicofármacos y sustancias adictivas.
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