Consulta la portada del periódico en papel
José Vivo, Fernando Fernán Gómez y Lina Canalejas, en una escena de 'La venganza de Don Mendo', en 1961.
Crónicas del manicomio

Hiperbólica

Al fin y al cabo, la exageración no deja de ser una forma tenue de mentir. Viene a ser como decir la verdad, sin escamotearla, es cierto, pero demasiado agrandada para la ocasión

Fernando Colina

Valladolid

Viernes, 3 de enero 2025, 08:14

Los políticos se reprochan con frecuencia el tono hiperbólico de sus discursos. Se aprovechan de que la palabra «hiperbólico» suena redonda y su tono encaja bien con lo que quiere decir. Si digo en sustitución «exagerado» o «excesivo», parece que me quedo corto y que ... no perfilo del todo la idea. Para mí, además, tiene una agradable historia infantil. A mi padre le gustaba leernos de pequeños 'La venganza de Don Mendo', y realzaba la voz cuando leía el esperpéntico pasaje que Mendo dirige a Moncada: «Siempre fuisteis enigmático / y epigramático y ático / y gramático y simbólico / y aunque os escucho flemático, / sabed que a mí lo hiperbólico / no me resulta simpático».

Publicidad

Lo hiperbólico le resulta simpático a poca gente. Tenía razón Mendo en su soflama. Al fin y al cabo, la exageración no deja de ser una forma tenue de mentir. Viene a ser como decir la verdad, sin escamotearla, es cierto, pero demasiado agrandada para la ocasión. Por su grueso tamaño puede resultar más dañina que la simple ocultación o la falta de objetividad. Sin embargo, este razonamiento que acabo de formular, a primera vista coherente, ha quedado anticuado. Aún se aprecia una noción de mentira muy sostenida sobre el sentido común. Todavía muy pendiente de no mentir más de la cuenta para que no se note, o de revestir el discurso de una dosis de hipocresía que lo disimule.

Ahora, en cambio, las cosas no funcionan así. Hoy la lógica de la mentira ha cambiado mucho y adopta formas increíbles. La verdad y la mentira ya no dependen solo de quien las emite. El receptor es tan importante o más que el emisor. El protagonismo es mucho más dialéctico de lo que habíamos creído. No se miente simplemente a alguien que permanece neutral y es engañado a su pesar, sino que se miente a quien a su vez está dispuesto a ser trampeado y que hasta cierto punto provoca al mentiroso para que se la den. A la antigua mentira del emisor se ha sumado en la actualidad la mentira del receptor. Ya no hay que disimular nada. Se elige la mentira más inverosímil y descarada y se la lanza contra un público que la recibe con los brazos abiertos cuanto más exagerada, y tanto mejor si está acompañada de indignación y ardor. En el presente la hipérbole se ha desplazado de espacio. Ya no se refiere tanto al tamaño de la mentira como al descaro que muestra. Es una hipérbole de desfachatez y atrevimiento. Afecta menos al contenido de lo dicho que a la seductora insolencia que le rodea.

Así como la anorexia nerviosa o mental solo se da en poblaciones bien alimentadas, con excedentes nutritivos, quizá haya que atribuir a las redes sociales y al exceso de información la reacción simplificadora y crédula de las masas digitalizadas. Valga esta hipótesis como causa del nuevo artificio.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

0,99€ primer mes

Publicidad