Hasta hace poco, un signo revelador de enajenación mental era ver a un caminante solitario hablando por la calle. En realidad, todos hablamos más o menos a solas, pero si lo hacemos en casa, sin nadie delante, parece un comportamiento más sensato porque no hay ... espectadores ante quien avergonzarse. En cambio, ir hablando con invisibles por medio de la ciudad refleja una pérdida de pudor y un aislamiento insólito y preocupante.
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Es curioso, ahora que lo menciono, el papel del pudor en la locura. Todas las grandes figuras sociales de la alienación, como la melancolía o la esquizofrenia, cursan con pérdida de pudor. Mostrarse al desnudo, sin secretos ni miramientos, supone un descaro que va más allá de la simple desfachatez. Implica una soledad profunda y lastimosa. Si uno habla solo es porque no cuenta con nadie, ni por fuera ni por dentro.
Así les sucede a quienes no han aprendido a ensimismarse. A falta de amor, todo les suena a hueco en el interior y no aciertan a pensar en silencio o a media voz. Y si en ese momento nos llegan a decir que incluso se encuentran aún más solos cuando los acompaña alguien, quieren indicarnos que su soledad interna es desesperada y probablemente irremediable.
El descaro del impúdico no es otra cosa que un disfraz que suele despertar más daño que beneficio propio. Por dentro cualquier desvergonzado no pasa de ser un pobre sujeto que en el fondo se encuentra solo y condenado a incomodar.
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Sin embargo, poco tiene que ver la exhibición despectiva del procaz con quien serenamente prefiere la soledad. El solitario por decisión propia es persona decente y recatada, que no se siente solo sino que se limita a estarlo siguiendo su libre elección y voluntad. Si lo elige es por gusto, por preferencia o por no molestar a los demás.
Sin embargo, la calle se ha llenado últimamente de personas que en apariencia van hablando solas pero que en realidad hablan con alguien a través de un minúsculo micrófono. A veces asustan o nos sorprenden con sus ademanes, sobre todo si tardamos en detectar el dispositivo que llevan en el pabellón auricular. No es raro que algunos de estos charlatanes urbanos griten, se muestren muy irritados y hagan gestos o muecas casi amenazantes. Hasta cabe que emitan insultos que, en ausencia del rostro del oyente, parecen más propios de un alienado que de quien, aunque colérico, permanece en sus cabales.
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En cualquier caso, lo que queda demostrado es que entre el diálogo interior y el dulce murmullo hay poca diferencia, porque a veces siseamos o alzamos un poco la voz sencillamente para sentir más vivas las palabras. Pero eso de ir hablando solo, ya sea en alto o en muy alto, y sin que se vislumbre al interlocutor, no deja de inquietarnos.
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