![Entre mí y mi](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2023/10/05/80556633-kbLB-U2103483822114aB-1200x840@El%20Norte.jpg)
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Entre mí y mi se establecen múltiples alianzas y pactos. En general, nos preocupamos por los vínculos que establecemos entre el yo y el otro, pensando que el yo es autosuficiente y que de su elección y suerte depende el horizonte de nuestros amores. Pero ... el yo no tiene los brazos libres. No decide. Vive preso de sí mismo. Vive sujeto entre mí y mi.
Hoy se habla mucho de la cultura del narcisismo, entendiendo que el interés por el yo desplaza excesivamente la preocupación por los demás. Aludimos, en este sentido y con ánimo causal, al individualismo capitalista, al culto por la imagen, a la falta de disciplina, a la carencia de autoridad y, en definitiva, a las consecuencias de una identidad frágil y a la defensiva característica del sujeto moderno o posmoderno, si es que esto último quiere decir algo especial.
Pero, por debajo de estos elementos que explican nuestro narcisismo y le hipertrofian más allá de un quantum legítimo y necesario, es decir, del lógico cariño que uno se debe a sí mismo, hay otro factor interno que devine principal. El yo está esposado entre el pronombre posesivo y el pronombre personal. Un simple acento, una tilde puesta como un sombrero sobre la 'i', basta para distinguir dos integrantes del yo que limitan y cierran la identidad y la condenan al egocentrismo.
Lo que vine a indicar esta tenaza, que a veces ahoga y aprieta, y otras relaja, es que no puedo vivir sin ponerlo todo en referencia a MI. Me hablan, me quieren o me odian, me engañan o me incomodan, hasta hacer de uno, ya no el principal, sino el único protagonista de la propia vida. No hay generosidad posible que rompa con este culto. Sin llegar a quererlo del todo y por mucho que haga por corregirlo, no puedo dejar de ser el centro de mi persona. Soy el sol que ilumina mis prácticas y mi sentir. Y, además, todo cuanto hago o vivo tiene la connotación de que es para MÍ. Es decir, para mis posesiones y mi instinto de propiedad. Hay cosas que, sin caer en la usura, nos negamos a compartir. Son exclusivamente nuestras. No podemos ni sabemos repartirlas.
Rousseau atribuyó el origen de las miserias y horrores del ser humano «al primer hombre a quien, cercando un terreno, se lo ocurrió decir 'esto es mío' y halló gentes bastante simples para creerle». Juicio inapelable, aunque debemos añadir que si le creyeron no era por ingenuidad precisamente sino porque querían participar en el reparto.
Somos como mónadas cerradas que a lo sumo nos comunicamos por troneras con forma de ventanas, o con pseudópodos como las amebas, pero que por dentro permanecemos presos de los míes, si es que podemos llamarlos de ese modo. El ansia de ser y de tener nos embarga y nos encierra.
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