A lo largo de los primeros siglos de cristianismo el cuerpo se fue convirtiendo poco a poco en un enemigo del alma. Los ideales de austeridad y ascetismo con que se empezaron a juzgar los apetitos, impusieron paulatinamente su presencia frente a reguladores más tibios, ... como la moderación y el término medio, vigentes hasta entonces en la cultura grecorromana. De Plotino, el filósofo neoplatónico del segundo siglo, se dijo que vivía como alguien avergonzado de hacerlo en un cuerpo, y san Antonio, primer eremita cristiano, se sonrojaba cuando tenía que comer como si fuera un pecado o un delito.
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La contienda se mantuvo hasta que, llegados a la modernidad, la secularización de las costumbres dio nueva vida al cuerpo y le devolvió la alegría perdida a fuerza de mortificación, penitencia y monaquismo. En la 'Ética´ de Spinoza, publicada póstumamente el mismo año de su muerte (1677), se lee que no sabemos bien lo que puede un cuerpo, criterio que nos anima a cuidarlo, respetarlo y atender en buena parte a sus placeres y caprichos.
Ahora bien, atenderlo no supone abandonarlo a un desbocado hedonismo ni retenerlo a fuerza de palos, sino educarlo y mimarlo para que aprenda a pedir lo justo. Buena parte del bienestar en la vida descansa en un cuerpo bien educado, que exige lo que está a mano y se le puede conceder, y no reclama prebendas exorbitantes ni castillos en el aire que no acierta a coger. Cuando está bien enseñado podemos obedecerlo sin miedo y sostener que si hago esto o aquello es porque me lo pide el cuerpo.
Lo más preocupante de la obesidad infantil, por poner un ejemplo de escasa instrucción, al menos de la que proviene de una mala nutrición o de la indisciplina alimentaria, no son tanto los peligros para la salud que causa cuanto la mala educación de la voluntad y los deseos que muestra. El desorden debido a la malacrianza impide encajar bien la mente en el cuerpo, no tanto para dirigirlo desde la razón como para dejarnos llevar libremente por él. Cuando encajamos bien los deseos con las posibilidades de satisfacción es cuando disfrutamos de la vida y del trato con los demás, sin sufrir pasiones excesivas ni episodios de autodestructividad.
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El cuerpo no es un ente obediente al que simplemente hay que disciplinar. Tratarle con esa displicencia conduce inevitablemente a su rebelión y a la angustia existencial. En cambio, cuando optamos por acompasarnos con él, como quien le ayuda a hacer un máster de dirección vital, podemos de vez en cuando tumbarnos a la bartola y dejarle que nos lleve por donde le pete abandonados a su seguridad. El cuerpo es un guía insustituible cuando se le ha enseñado a pensar.
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