Todas las virtudes poseen un nivel de egoísmo. Del mal se ha dicho que es banal y que cualquiera puede causarlo, pero el bien no es muy distinto. El bien que practico no proviene de un fondo de bondad sino de una necesidad, de un ... interés personal. Lo hago por tranquilidad, por evitar el miedo, por buscar reconocimiento y reciprocidad.
Publicidad
Incluso, si soy devoto, lo hago por ganar el cielo. En el fondo miro más por mí mismo que por el receptor de mi generosidad. Esta ecuación, como es fácil de imaginar, hace frágil y malévola a la especie humana. En cualquier momento esa largueza que salpicamos de acá para allá, vuelve a su estado natural, que es el egoísmo, el retintín y la indiferencia. Desde este punto de vista, el bien no es la solución de la vida ni su garantía de paz.
Así dicho, parece el enunciado de una idea pesimista y cruel, pero no hay nada de eso en su interior. Al contrario. En cuanto piensas un rato en ello empiezas a darte cuenta de que el egoísmo no es tan egoísta como se dice. El egoísmo es imprescindible y vital. No hay generosidad sin un egoísmo previo. Poco podemos hacer por los demás sin un egoísmo que nos permita tener y acumular. Hay que atesorar algo si luego queremos gastar energías y mercancías en ayudar a los demás. Es cierto que almacenar puede ser un signo claro de codicia, pero sin un almacén bien surtido poco podemos repartir o regalar. El consumismo, en cambio, es una codicia que no acopia, que no llena ninguna despensa. Solo llena los vertederos con todos los deshechos que abandona. Por ello esa práctica de consumo masivo, capitalista y liberal cien por cien, es rotundamente egoísta en su sentido más fiero, el de un individualismo férreo que gasta exclusivamente mirando a su propio placer.
A quien me contradiga y declare que lo realmente virtuoso no es dar de lo que abunda sino de lo que falta y se tiene poco, respondo que no hay nada más narcisista que dar algo con mucho sacrificio. Lo generoso necesita un ambiente de relativa comodidad. Si el acto magnánimo conlleva por sistema demasiado esfuerzo pierde belleza y naturalidad. Conduce a un grado excesivo de inmolación y victimismo, que siempre son hipertrofias de uno mismo. Y aunque digamos que sarna con gusto no pica, dependemos mucho del grado de picor y de su necesidad.
Publicidad
Además, la generosidad tiene un fondo compasivo que la ensombrece. Al benefactor le roe la compasión, que en el fondo es un sentimiento egoísta, displicente y vertical. Compadecer los males ajenos nos eleva por encima de los demás. Hay un secreto placer en el dolor ajeno comparable al del espectador de un naufragio que mira absorto el hundimiento cautivado por el espectáculo.
0,99€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.