Leo con curiosidad un ensayo de Gilles Lipovetsky dedicado a la autenticidad. Sostiene el autor que hemos pasado de un tiempo dominado por el esfuerzo de ser auténtico, a otro momento en que se reivindica serlo cómodamente como un derecho. De desearlo e intentar conseguirlo ... con programación y denuedo, se ha pasado a la posibilidad de sentirse auténtico arbitrariamente, cuando a uno le venga en gana. Puede que este cambio sea cierto, aunque siempre nos queda la duda de si esos diagnósticos sociales solo son aplicables a algunas prácticas, a algunas capas sociales o a alguna sociedad en concreto. No es fácil creer a pies juntillas en transformaciones históricas tan radicales, que olvidan la idea de que la historia se cuece a fuego lento y de que hay mucha más continuidad y repetición de lo que imaginamos entre lo antiguo y lo moderno. Pero tampoco debemos renunciar a la convicción de que la historia se ha acelerado como nunca hasta ahora, lo que nos sume en un creciente desconcierto acerca de la consistencia lógica del presente. Al fin y al cabo, también se decía que natura non fácit saltus, y resulta que ahora la naturaleza se calienta y cambia a un ritmo trepidante.
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En principio, si juzgo por mí mismo, asumo la valoración de Lipovetsky. En mi juventud, en la época que disfrutábamos de la dialéctica marxista y del existencialismo, uno aspiraba a tener un proyecto de vida e inventar y diseñar una trayectoria propia. A eso se le llamaba ser uno mismo. Hoy, por el contrario, se reivindica el derecho a ser como uno haya salido. «Es que soy así», se afirma en función de ese derecho a ser como a cada cual le plazca. Y, si viene al caso, lo será además de modo cambiante y fugaz, mirando únicamente al presente, sin más horizonte ni ideal. Y aunque esto, así formulado, parezca algo hiperbólico, creo que contiene bastante verdad.
Pero, por otra parte, qué otro camino se puede hoy bosquejar, cuando todo está en el aire y nadie sabe qué trabajo, ocio o forma de vivir nos espera a la vuelta de la esquina. Es natural que uno acabe agarrándose a lo que tiene como a un clavo ardiendo, y haga de cada momento su máxima aspiración, y de lo inmediato su zona de seguridad. En los tiempos del algoritmo y la virtualidad, el 'carpe diem' de Horacio mantiene su vigor moral muchos siglos después. Como si viniera a restar importancia a los cambios que comentamos.
El correlato de todo ello es, lógicamente, ese empobrecimiento subjetivo que se percibe en muchos estratos de la sociedad. Cuando la identidad no se cuida ni se trabaja con esmero ni se intenta descubrir la auténtica gema que lleva dentro, se vuelve porosa, friable y frágil, muy susceptible de pagar con sufrimiento el precio de su debilidad.
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