Una de las impresiones más primitivas y determinantes que conocemos es el desamparo. Es una conmoción inevitable y universal que proviene de nuestros orígenes. Nacemos indefensos y necesitamos durante muchos años que se hagan cargo de nosotros y nos auxilien.

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Esas vivencias primordiales son capitales ... para entender la condición humana y las respuestas personales. De hecho, asumimos fácilmente que una persona desvalida tenga ante sí dos reacciones reflejas que se alternan o simultanean. Con una, confiamos en la ayuda materna y ponemos buena cara ante su diligente presencia, capaz por sí misma de neutralizar nuestra vulnerabilidad y proporcionarnos el apego suficiente. Con la otra, en cambio, nos encogemos de temor y desconfianza. Convertimos al otro en una fuente de daño, en un enemigo que puede aprovecharse de nuestra fatídica debilidad y acabar fácilmente con nosotros.

Como se ve, la creación de un enemigo es una de las representaciones más precoces e irreductibles que se nos ocurren. Quizá la confrontación con el padre, que rige constantemente en la explicación freudiana, no provenga tanto de una disputa sexual sino del temor que suscita un tercero ante mis miedos. La madre proporciona protección natural mientras que el padre debe conquistar ese papel y desprenderse, como no-madre, de su imagen primitiva de hostilidad. En cualquier caso, el enemigo nace y crece junto a nosotros, como observamos claramente en dos experiencias funestas que nos acompañan: la locura y la guerra.

Toda locura es paranoica. Sin persecución y perjuicio no hay locura genuina. Lo que dubitativamente llamamos cordura no es nada más que un intento de domesticación de ese sentimiento primitivo de enemistad y temor que nos amenaza y perturba. Por eso aceptamos aprobar de buen grado que toda locura proviene del desamparo, como nos cuadra sostener que toda locura a su vez y al mismo tiempo nos desampara.

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Y lo mismo podemos pensar de la guerra. El cainismo no es un sentimiento torcido y perverso que podemos quitarnos del medio si aprovechamos como dios manda la honestidad y la ética. La guerra forma parte de los instintos humanos, de nuestra naturaleza, lo que ridiculiza la idea de paz perpetua. Lo que nos diferencia de los animales es que ellos matan para comer y nosotros para matar. La guerra solo desaparecería si no naciéramos desvalidos, y ni aún por esas. No es reductible, solo es aplazable. La locura y la guerra, cuando no están explícitas, permanecen latentes en todos los espíritus. La guerra es tanto el reencuentro con el desamparo como el desamparo es la causa de las guerras. «Durante la guerra, escribe Hobbes, la vida del hombre es solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta».

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