Los cuerpos completamente desnudos son solitarios y agresivos. Un cuerpo desnudo del todo es como un cuerpo muerto que ha perdido todos sus atractivos y no despide deseo por ningún poro. Es raro que un escultor esculpa el cuerpo desnudo sin dejar algún objeto en ... la mano o algún hábito puesto. En otro caso la belleza desaparece y el atractivo se esfuma en el vacío.

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Por eso la presencia del padre desnudo ante los hijos puede parecer muy natural, incluso pedagógica, pero tiene un no sé qué de violento. Kafka se sentía abrumado y sometido cuando su padre se desnudaba en la cabina de baño delante de él. Pero no es el único testimonio que he leído u oído sobre esa violencia familiar. Desnudarse delante de alguien puede convertirse en un ejercicio de desprecio o de poder sobre los demás. Tuve un amigo que era lo primero que hacía cuando llegaba a algún lugar. Era un signo de afirmación que no podía evitar. Muy fálico por otra parte, muy de varones. Una forma muy primitiva de reconocimiento. Él era muy inteligente y muy buen amigo, pero bastante primitivo.

Con razón se ha dicho que, bajo un régimen de deseo, es imposible desnudarse del todo. Ese límite es la garantía de que el deseo sobrevive y no se agosta o empantana a destiempo. Incluso cabe pensar que a un cuerpo deseado y en cueros, como vulgarmente se dice, recurre a la piel para alimentar su pasión. La piel es el sostén último del deseo. Es la hoja de parra que lo mantiene vivo e impide que el desnudo sea completo. Los amantes se desollarían y acabarían en carne viva si no fuera porque hacerlo duele y apaga el placer. Esto es aplicable a todos salvo para los que complacen con prácticas sadomasoquistas, que disfrutan más con daño que sin él. En cierto modo son los amantes más profundos, los que reclaman denudarse de piel y, hasta cierto punto, arrancársela a tiras poco a poco.

Por motivos profesionales algunas personas me han contado virguerías para obtener o conservar el placer que corrobora esta idea. Como, por ejemplo, no quitarse nunca un cinto, o dejarse un calcetín, uno solo, para no dar impresión de seguir demasiado vestido. Hubo quien me confesó que no llegaba al orgasmo sin ponerse en el último momento un chaleco encima, casi como quien se enfunda un salvavidas protector. Las mujeres romanas de clases altas, si nos remontamos como prueba al clasicismo, gozaban con el sujetador puesto, como signo de decencia, dignidad y pudor.

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Todos estos casos, y miles más que engalanan o afean las prácticas humanas, tienen de común que intentan evitar que el desnudo se complete. Pues en ese caso el cuerpo se hace soma, se apaga entre lamentos y queda condenado a no encontrar más compañía que la del psicólogo o el médico.

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