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Hacer las cosas por conveniencia es un proceder ambiguo: en unas ocasiones es legítimo y en otras mezquino. Cuando usamos la expresión en su sentido más duro nos referirnos a quien solo mira por su propio beneficio. Así juzgamos a la persona que, en un ... contexto colectivo, en vez de guiarse por la obligación, la coherencia y el mejor proveer, apunta a su particular ganancia y la antepone a cualquier consideración más general. El significado de la frase, a tenor de lo dicho hasta aquí, es evidente y bastante preciso.
Sin embargo, a poco que sigamos pensando, el término se vuelve huidizo. Nos compromete de continuo desde que descubrimos que hasta los actos más generosos y altruistas pueden responder a un oculto egoísmo. Un egoísmo que no hay que buscar solo entre favores materiales o crematísticos, pues pueden responder simplemente a un lucro moral más difícil de valorar. Puedo, sin ir más lejos, sacrificarme por quien lo merezca, y actúo entonces de modo conveniente, pero también puedo llevarlo a cabo no tanto pensando en el beneficio de alguien sino en mi ejemplaridad. En ese caso, añado la conveniencia propia a lo conveniente sin más y desluzco mi intervención.
Lo que demuestra este simple ejemplo es que toda conducta moral es turbia y mantiene relaciones confusas con la realidad. Hay quien reparte bondad sencillamente para sentirse bueno, lo que rebaja mucho su mérito, aunque es difícil y arriesgado juzgar a cualquiera por estas intenciones segundas que pueden parapetarse tras la generosidad. No obstante, y pese a su desmedida subjetividad, esta tasación está muy presente en nuestros juicios. Destaca cuando dirigimos nuestras sospechas hacia los que se muestran bienintencionados más que a los que miran por sí mismos descaradamente. A estos últimos, en general, los vemos venir y confiamos en nuestro olfato para juzgarlos. No nos engañan ni nos engañamos. En cambio, la gente más desprendida y generosa nos obliga muchas veces a pensar en segundas intenciones y hasta en terceras. En general, los virtuosos son los que con el tiempo más nos decepcionan. Quizá sea lógico este desengaño moral, porque lo que no puede un vendaval contra la solidez de los aprovechados, lo puede un airecillo de nada cuando tenemos a alguien idealizado.
La bondad y la ayuda pueden ser muy avasalladoras. A veces tanto que pasan como de largo y no nos tienen en cuenta. A fuerza de querer ayudarnos acaban por ningunearnos. Por eso prefiero al que mira por sí y luego me dedica lo que le sobra, antes que al que viene muy crecido de buenos sentimientos y de entrega. El caritativo y sentimental esconde tanto sus intereses particulares que al final nos desconcierta. Es difícil que una mano no sepa lo que hace la otra.
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