Muchos intelectuales contemporáneos coinciden en subrayar la influencia que ha de tener en nuestra mentalidad la avalancha de información y datos que hoy nos abulta y espesa. Una oleada que nos atrae y tienta, pero que por la misma razón nos angustia y ahoga. Una ... asfixia que se sospecha, fundadamente, que solo es una pequeña muestra de la que nos espera.
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El peligro que correremos en las décadas venideras es la multiplicación de contenidos mentales menores, en tan gran número que resultará imposible su cohesión y nos invadirán sin orden ni concierto. Se teme que ocupen la conciencia como átomos sin molécula, al modo como ya lo hace la profusión de imágenes que contamina nuestras mentes y crea manojos de irisaciones sin discurso que los ordene ni razón que los regle.
Por otra parte, es posible que la voluntad siga manteniendo su función dominante en tanto que espina dorsal del alma, pero poco a poco recibiremos la fuerte impresión de que no somos sus dueños titulares. Hasta ahora, es cierto que cuando deseamos algo no sabemos realmente por qué lo queremos, pero se presume que, en lo sucesivo, más allá de esta ignorancia causal, se añadirá la impresión de que algo o alguien, un ingenio maquínico o un dispositivo abstracto, sabrá de antemano lo que vamos a querer, mucho antes de que nosotros mismos lo reconozcamos. Lógicamente, este extrañamiento influirá en nuestro equilibrio psíquico, pues sentiremos perder el gobierno de nuestros actos o nos creeremos directamente espiados desde algún observatorio maligno.
Hasta ahora, el futuro ejercía su influencia mediante la autoridad de lo desconocido. Solo el uso de la adivinación o la carga de los presagios nos permitía barruntar lo que nos estaba aguardando. Ahora, en cambio, más pronto que tarde, no habrá necesidad de recurrir a procedimientos mágicos, a videncias ni a sortilegios. Mediante cálculos matemáticos, basados en un número estratosférico de datos, alguien, quizá los anónimos mercados, anticiparán nuestros deseos futuros, al menos a corto plazo. Incluso los inventarán por su cuenta y nos harán creer que nos pertenecen y somos sus dueños, lo que de modo reflejo nos volverá más alienados y paranoicos. Y al reconocernos en nuestra imaginación más perjudicados, el resentimiento repercutirá en el caudal de violencia que vertemos y en la bipolaridad y dicotomía hemipléjica con tergiversamos las cosas y minamos la convivencia.
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Si esta presunción fuera acertada, la plétora de datos acabará amputando nuestra capacidad de pensar. Y pensar, lo que se dice pensar, es decir, reflexionar sobre lo que hemos pensado, es la única fuerza que, siguiendo las ideas de Hannah Arendt, podemos enfrentar al mal.
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