![Autoconciencia](https://s3.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2024/01/04/1475846311%20(1)-kGlB-U2101162612261HxG-1200x840@El%20Norte.jpg)
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Dominarse, conocerse a sí mismo, mantener la serenidad, ser afable. He aquí cuatro virtudes que, salvo excepciones notables, comparten todas las escuelas filosóficas, las doctrinas éticas y las religiones populares. Las cuatro si emplazan al mismo nivel, pero si tuviera que elegir una, sin la ... cual las otras tres se desmoronarían, lo haría del conocimiento de sí. No por azar nuestra cultura le concede un carácter inaugural y ubica este precepto en el frontispicio del templo de Apolo, en Delfos.
En la civilización grecorromana conocerse era semejante a dominar las pasiones, admitir que no eras un dios y cumplir con las leyes de la ciudad. Conocerse equivalía a controlarse. El examen de conciencia, por su parte, no consistía en una introspección, sino que se limitaba a repetir y recordar ritualmente y en voz alta las reglas morales. Más tarde, la vida interior fue creciendo y exigió la identificación sistemática de los pecados consumados, y el sentimiento de dolor por haberlos cometido. Y más adelante aún, una interiorización creciente permitió la indagación de estilo freudiano, donde cabe bucear en busca de deseos no admitidos y sin embargo presentes, como enredarte con tu madre y exigirle cuentas a tu padre por su dominio. Sin embargo, esta amplitud interior, que había crecido a lo largo de los siglos, da muestras recientemente de haberse detenido.
Ahora no queremos complicaciones. Lo íntimo se ha vuelto demasiado oscuro y estéril para estos tiempos. Todo se lleva o reconduce al mundo exterior, a la superficie de la tierra, del cuerpo o de las imágenes. Ya no gustan los trogloditas metafísicos de la reflexión ni los espeleólogos del inconsciente. Lo importante es lo que haces, lo práctico, lo actuado, y no tanto lo que piensas ni los tejemanejes de tu conciencia. Se da tanta importancia a un libro de autoayuda como a un psicoanálisis de cuatro años. Los consejos están de moda y se esparcen o dispensan, pero no reconforta nada sacar los trapos sucios a escena. Aquel proverbio que no perdía la ocasión de anunciarnos que en el interior del hombre habita la verdad, impresiona como un agustinismo desfasado.
Poco a poco la autoconciencia va limitándose a hacerse selfis y conseguir un reconocimiento somero e instantáneo. Podríamos decir que nos reconocemos entre nosotros pero que apenas nos conocemos. En mi campo profesional, para subrayar esta inclinación por lo insulso y lo superficial, decimos que nos contentamos con el idiotismo de saber lo que tiene la gente –su diagnóstico–, pero permanecemos indiferentes y pasamos por encima de lo que le pasa realmente. Sabemos de alguien que es un depresivo, pero no nos preocupamos en averiguar por qué ni para qué lo ha sido.
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