Ibarola
Crónica del manicomio

Amigos a pares y a nones

«Lo habitual es disponer de amistades íntimas que, siendo escasas, incluso únicas, no sean exclusivas. Se distinguen por ser como yemas de amor que germinan»

Fernando Colina

Valladolid

Viernes, 17 de mayo 2024, 00:43

Hay dos extremos que tensan la amistad, el exceso de amigos y la exclusividad. El primero alude a la inflación, a una desmesura que permite llamar amigos a los simples conocidos, como los que hacemos en fiestas y parrandas y ahora en Internet sin salir ... de casa. En el otro extremo figura la amistad exclusiva, que asienta sus reales en las fronteras de la locura. Un solo amigo equivale a ningún amigo, pues no deja nada para repartir con los demás. He conocido a personas muy tocadas que quedaban todos los días un rato con algún amigo, pero era siempre con el mismo, en el mismo lugar y a la misma hora. Se saludaban y se despedían verbalmente pero no hablaban más.

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Lo habitual es disponer de amistades íntimas que, siendo escasas, incluso únicas, no sean exclusivas. Se distinguen por ser como yemas de amor que germinan. A veces desembocan en amor declarado o se convierten en los restos de un amor ya consumido. En muchas ocasiones no se sabe en qué esfera incluirlos, máxime si interviene el cuerpo, que todo lo falsea o autentifica con sus goces y suspiros. Un amor que no incorpora el cuerpo puede que sea muy romántico pero no es un amor genuino. Y, al contrario, una amistad donde el cuerpo se cita no podemos anticipar hacia donde se inclina. El cuerpo es muy exigente y una vez que se le invita no sabemos el precio que más pronto o más tarde va a exigir.

Montaigne, ciudadano sabio y mesurado cono pocos, dejó escritas dos opiniones sobre los amores en familia que obligan a pensar. En la primera comentó que si el respeto de los hijos es sustituido por la amistad «quizá se ofenda a las leyes naturales». Temor que da cuenta de los imprevisibles cambios culturales y del fácil recurso a la naturaleza cuando se trata de justificar algo personal. En la segunda, aún más inquietante, señala que, por falta de igualdad, el amor a la esposa «resulta una especie de incesto». La aclaración desconcierta, porque compara del amor matrimonial a una práctica abusiva y casi prohibida, dando la razón así a quienes, como Denis de Rougemont, hacen descansar el fundamento del amor en el adulterio.

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Sobre estas ideas, siempre tan discutibles pero tan hondas, se puede pensar lo que se quiera, pues contamos con suficientes argumentos a favor y en contra, pero es difícil condenar la idea de que el amor solo se da entre iguales. En otro caso se limita a ser pasión de poder o de reconocimiento.

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Lo sabían los griegos y lo sabía Montaigne a finales del Renacimiento: «Si cupiese establecer una unión libre y voluntaria en la que participaran alma y cuerpo y en la que el hombre pudiera ofrecerse por entero, sin duda la amistad con la mujer sería más completa y colmada». Estamos a tiempo.

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