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A veces sufrimos la impresión de que el alma se nos escapa. Pero su huida no despierta una sensación de muerte inmediata, como cabría sospechar, sino de vacío y soledad. El alma es nuestra más grata compañía y se hace notar cuando se marcha. El ... malestar es sistemático y sin excepciones, porque el alma siempre llega con retraso allí donde se la reclama. En ese lapso descansa su sabiduría, en comparecer a toro pasado, cuando las cosas ya están decididas. Sabemos que los aborígenes de Australia, después de largas marchas se sentaban algunas horas antes de llegar a su destino para que el alma tuviera tiempo de alcanzarlos. Nosotros podemos ir muy deprisa pero el alma camina despacio y se rezaga.
Esta demora se ha vuelto muy importante en nuestro tiempo, pues las personas, en general, han acelerado el paso y van dejando al alma demasiado lejos. Por eso es tan frecuente hoy tropezar con gente deprimida. La impresión de vacío y falta de sentido se ha convertido en una queja habitual de los ciudadanos. Antes, se calificaba a esta experiencia de «neurosis existencial», pero hoy se evita esta terminología porque remite demasiado a la biografía y a las circunstancias vitales del protagonista. Se prefiere atribuir la causa a alguna sustancia cerebral, que habría entrado en demasía o carestía, para no tener que aludir a la explotación y alienación capitalista. Pocos se atreven a decir que han perdido el alma y se han quedado sin ningún estímulo en la vida. Les resulta una manera retrógrada y acientífica de hablar. Captan un tufo subjetivo que les atemoriza.
Afortunadamente el alma es doble, como se sabe desde tiempos inmemoriales, y aunque parezca que la hemos perdido, nunca lo hacemos del todo. Siempre queda una porción con nosotros De sus dos caras siempre hay una mitad inseparable que se confunde con el yo, al que infunde su espíritu y su inteligencia. Pase lo que pase siempre queda alma en nuestro interior, lo que nos garantiza cierta dosis imprescindible de bondad. Desalmados radicales hay pocos. Aunque creo que los hay.
La confusión sobre estos temas es muy grande, hasta el punto de que muchos apuestan con fe que, a la hora de la muerte, el alma se eleva y nos conduce, quiero suponer que a rastras, a un lugar prometedor pero desconocido. Hay quien cree a pies juntillas que con el último suspiro el alma rompe las cadenas y echa a volar, sin más ataduras que la libertad, que también puede entenderse como una condena o una lacra. Ignoran que siempre hay media alma que permanece unida al cuerpo, del que no se puede alejar. Lo que desconocemos, y no es una insipiencia banal, es cuál de las dos medias garantiza la eternidad.
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