Siempre que se avizora la muerte hay un desesperado intento por huir de ella. Una vez que me contó un oncólogo –o eso creí entender– que muchos cadáveres tienen cáncer porque, en la agonía, las células hacen todo lo posible por permanecer, por seguir viviendo. ... Hablábamos de trasplantes. Que el pueblo se encaminaba hacia el final estaba claro. Sin escuela, sin médico, sin farmacia, sin autobús, sin bar... Se nos ocurrió hacer una Asociación cultural, así se llamaba, y utilizar las viejas escuelas como sede. Y el pueblo, una parte, se reunió para discutir los estatutos, elegir directiva, hablar de cuotas... Nada de eso le interesaba a Fermín, al ya difunto Fermín. Él preguntaba continuamente: que quién va a abrir el bar. La Asociación Cultural –que siempre se llamó Peña– contemplaba la apertura de una taberna, nuestra más acuciante necesidad, la tabla de salvación para demorar el acabóse. Qué chorradas aquello de los estatutos, de levantar acta y de Juntas Directivas. Que quién va a abrir el bar, clamaba Fermín con machacona sensatez; Fermín, que tuvo el buen gesto de morirse, años después, y sin haber oído hablar nunca del Realismo Mágico, en el cementerio.
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Los bares son muy importantes en nuestras vidas, bien lo sabía Fermín Cortázar. Tanto, que Isabel Díaz Ayuso va a ganar las elecciones en Madrid por el único mérito de haberlos mantenido abiertos. Pregunte usted a los madrileños y se lo dirán. «No ha cerrado los bares». Ni comunismo ni libertad ni zarandajas parecidas. Ni estatutos ni nada. El bar, que quién va a abrir el bar.
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