Guardadas en un cajón de la memoria aquellas demostraciones sindicales con sus toros benéficos y sus pololos de coros y danzas, perdido ya su poder reivindicativo, el 1º de mayo, pese a los nefastos indicadores económicos, se reduce a lemas y consignas de ocasión que ... no incomoden mucho a los tribunos de la plebe. Día festivo para nutrir al sector hostelero o para solazarse con una buena lectura.
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Se acerca la feria del libro y toca buscar conferenciantes y plumillas que rellenen el catálogo en pos de la dedicatoria y el garabato de compromiso. Pero ya no quedan escritores de fuste. Se busca el refrito y el reconocimiento inmediato. Todo el mundo quiere ser influencer y vivir del cuento. Y la literatura se presta singularmente a ello. El requisito básico, hasta hace poco el único exigible, se ha eliminado: ya no hace falta ser escritor para escribir. Basta ser popular y colocar negro sobre blanco unas cuantas ocurrencias sin sentido para tener entrada en este baile de máscaras.
Se trata de ser famoso, dar el pego e instalar el tenderete de feria en feria, ahuecar la voz, aprender a alargar las vocales con un discurso manido y tener buenos contactos. El chascarrillo gracioso y el estribillo de siempre. Diríase que con su mera presencia el tema queda agotado.
Por cierto, ya conocemos novela ganadora del Ateneo. Esperemos que con el aire renovado que se ha dado al certamen, en vez de 'fallo', esta vez haya sido un acierto.
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