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La realidad social se ha desquiciado tanto que cada vez resulta más difícil diferenciar lo real de lo conspiranoico. Hace unos días, tras una reunión ( ... virtual) de los poderosos del mundo en el Foro de Davos, resonaba de nuevo la idea del Gran Reinicio (The great reset), la gran transformación que nuestras sociedades deberán acometer para afrontar los desafíos del futuro, sobre todo los del cambio climático. De entre lo que trascendió, destaco una idea: la clase media debe irse despidiendo de viajar en avión, que contamina demasiado y no volverá a tener los bajos precios que hemos conocido. A cambio, se nos ofrecía como alternativa el romanticismo del tren cama y su 'tiempo lento'. Y se hacía con tal entusiasmo que incluso pareciera que salíamos ganando. En cambio, ellos, los que sí tienen posibles, se sacrificarán viajando en sus aviones privados, porque su tiempo es oro.
Hace unos años el Foro Económico Mundial difundió un video con algunas previsiones de cómo será el mundo en 2030. Se trata de uno de esos artefactos en los que es difícil saber dónde comienza la predicción y dónde termina el plan premeditado que quiere ir acomodando las mentes. Uno de los primeros vaticinios afirmaba: «No poseerás nada y aún así serás feliz». Lo turbador del anuncio venía compensado por el recurso al fetichismo tecnológico: «Lo que necesites lo alquilarás y te lo llevará un dron». No tendrás nada, pero no perderás calidad de vida, venía a ser el mensaje subyacente.
Dejemos de lado por ahora el hecho cierto de que los mismos que proclaman esto acumulan tierras a mansalva (Bill Gates es ya el principal dueño de suelo en EEUU) y afrontemos el desafío que plantea. La desconfianza hacia el exceso de posesiones, en cuanto que nos esclavizan, es una idea recurrente de la sabiduría tradicional, y aparece tanto en el estoicismo grecolatino, como en la ética evangélica cristiana, y ha llegado a nosotros incluso bajo la formulación freudomarxista de Erich Fromm ('Tener o ser'). El mensaje del video coincide con los de aquellos que nos advertían de los peligros del consumo, pero ahora son los popes del capitalismo quienes lo predican. No me negarán que nos adentramos rápido en las aguas turbulentas del desconcierto.
Bajo su ropaje ético, el anuncio parece apuntar más bien a algo que ya está aquí: la creciente desmaterialización de nuestra existencia. Pero no está nada claro que este capitalismo líquido del renting y de lo virtual tenga capacidad para garantizar unos niveles de bienestar como los que hemos conocido. Entretanto, ese afán por convencernos de que seremos mejores podría intentar aplacar la sospecha de que, quizás, seamos más pobres.
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