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Tenemos que dejar muchas cuestiones para cuando salvemos esta emergencia surrealista del coronavirus. El Eclesiastés, siempre muy socorrido –aunque su tono pesimista no es adecuado para estos días- nos dice que hay un tiempo para todo. Vale; de acuerdo. Llegará el tiempo para discutir ... si los responsables de Sanidad hicieron lo correcto; si las medidas fueron las adecuadas; si los protocolos elegidos fueron los mejores; si los políticos estuvieron a la altura de las circunstancias o, como suele ser habitual, la cagaron. Hoy toca seguir las recomendaciones, quedarse en casa, darle plantón al Covid-19 que nos ha llevado a un escenario inimaginable, de pesadilla. Aplaudiremos desde las terrazas a las ocho de la tarde, saldremos a la compra como si estuviera sonando una alarma antiaérea y nos lavaremos las manos como el Macbeth más obsesivo. Ya discutiremos en el futuro, exigiremos responsabilidades políticas; hablaremos de si es tolerable seguir soportando a individuos que nunca están a la altura, las ratas que apuestan a la baja en la Bolsa sin importarles más que su beneficio; debatiremos sobre lo que pasa cuando, año tras año, detraemos fondos de la sanidad pública. Y también habrá, espero, que auditar nuestra conciencia, saber que vamos a elegir quién vive y quién muere dependiendo de la edad y de su estado. Tiempo de mirarnos en el espejo y señalar las heridas que la crisis nos deje en el alma, no solo en la economía. O tal vez no queramos pensar e inauguremos otros, segundos, felices años 20.
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