Oda a la fealdad

Porque mira que es feo el olor del cenicero, que te pille vestido un aguacero, el efecto invernadero o no saber definir el color de tu fregadero. Los inviernos sin hogueras, las eternas primaveras, las verdades verdaderas o ver escupir a tu pareja sobre la acera. Las mentiras a medias, las medias rasgadas, los rasgos comunes y los comunes desacuerdos. Quedarse a pocos metros de la llegada, el bobo de Trump y sus bobadas, jugar con cartas marcadas, los malnacidos que se mueven en manada. Meterse en público el dedo en la nariz, arrancar un pelo púbico de raíz, querer parecerse a esa actriz, y tener que aprender de un veterano aprendiz. Más feo es el reguetón que mentir a un amigo. Yo, mi, me, conmigo, pero si te necesito también cuento contigo. Feo es abandonar a tu perro, no buscar nada pero encontrarle a todo su pero. Odiar al prójimo como a uno mismo, pretender cambiarlo todo y hacer siempre lo mismo. Obtusos mentales de emocional estrabismo. Confiar ciegamente en la intervención divina y repudiar el futuro que te espera a la vuelta de la esquina. Alardear de ser amplio de miras cuando tu mundo orbita en torno a cualquier vagina. Gallos violando gallinas. El fantasma de unas nuevas elecciones porque quienes nos desgobiernan no atienden ni entienden de razones. Feo es señalar con el dedo a los que logran cruzar el Estrecho, encogerse de hombros y argumentar que a lo hecho, pecho. Romper fotos viejas por despecho y que sin haber salido de tu casa pienses que no tienes techo. Negar lo innegable, no transitar por lugares transitables, consumir por consumir y consumar por consumar. Y qué decir de la repulsiva actitud de Neymar. La envidia de los artistas, las risas forzadas, las falsas miradas o esos que van de altruistas y solo reciclan. Los que regalan palabras de amor que otros recitan. La halitosis mal encubierta en hierbabuena, los políticos de cartera llena, la misa del gallo en Nochebuena. Qué feos esos bastardos que prefieren pudrirse que darte la enhorabuena. Las corbatas mal combinadas, las minifaldas largas, las gafas de diseño mal diseñadas. Y esa barba tuya cuidadosamente recortada. Qué feo es eyacular con cara de póker y tener que maquillarte para sonreír como el Jóker. Confundir ser con parecer y padecer solo por ser. Qué asquerosamente fea es 'Saraluna' de Melendi, cada vez que la escucho siento que la espicho. ¿Y lo del reguetón? ¿Ya lo he dicho? Los escaparates en rebajas, el vino rebajado con agua y que en el ojo ajeno solo veas la paja. Santiguarte mientras buscas en tus macabros actos un macabro atenuante. Feas son las resacas de agua con gas y, mucho más, cuando dices que vienes pero en realidad te vas. Las nuevas arrugas, las viejas heridas que nunca curan, los que crecen pero no maduran. No salirse nunca del tiesto, necesitar una noche de sexo y que tu erección se la lleve el viento. Feos son los que no distinguen entre revolucionario y reacio, y, sin embargo, nada hay más feo que quiera yo seguir escribiendo y no me quede espacio.