No podemos comprenderlo. Porque si lo comprendiésemos «significaría que lo podemos hacer», ha dicho el padre Parmentier, sacerdote de Notre-Dame de Niza, a propósito del asesinato de su sacristán, Vincent Loquès, a manos del islamista Brahim Aoussaoui. Y ha añadido: «Si usted lo comprendiese, ... me inquietaría». Los franceses resisten. Obedecen (cada vez menos). Pero no comprenden. Ni a los islamistas ni a su presidente. Ahora que Macron ha decretado el cierre total se preguntan para qué ha servido entonces el toque de queda, como no haya sido para terminar de dar la puntilla a una economía que ya estaba en cuidados intensivos.
Si la cosa es difícil de entender en Francia, con mando único, ¿qué podemos decir de España a la hora de interpretar ese catálogo infinito de cierres, clausuras, suspensiones, ceses, restricciones, perímetros, reducciones, límites, obstáculos, salvedades, cortapisas… impuestos a nuestras vidas? Resignados ya a perder el mes de noviembre, a la espera de que la Navidad venga con milagro, ¿a quién le extraña que Ayuso cambiara de opinión dos minutos después de haber pactado con Mañueco y García-Page? Se entiende porque no se entiende. Y si usted lo comprendiese, me inquietaría. Hay quien duda de que esta mujer sea capaz de entenderse con nadie. Pero no es cierto. Entre políticos de todas las tendencias y de todas las cataduras, como por ejemplo entre la Ayuso y el superministro Illa, también existen puntos de encuentro. Por ejemplo, las fiestas de sociedad.
Con estas mimbres, no es de extrañar que la OMS, siempre tan a por uvas, ahora haya lanzado una nueva alerta mundial sobre lo que llama «fatiga pandémica». Una tendencia a desobedecer por puro hartazgo. En España el porcentaje de contagiados por la covid es de un cinco por ciento de la población. El de fallecidos, de un 0,07 por ciento. Pero el de fatigados, de acuerdo con la media europea, de un 60 por ciento.
En Estados Unidos, acaso por la vitamina de las elecciones, parece que la fatiga es menos. El experto en salud Jay Maddock ha dicho en la BBC que con los buenos hábitos –mascarillas, distancias, lavado de manos- frente a la covid pasa como con los propósitos de enmienda para hacer más ejercicio físico y dejar de comer, de beber y de fumar. Que a los seis meses, si no antes, se corre un alto riesgo de recaída. Aunque tengan ya nueve millones de contagiados y más de 229.000 muertos, la inmensa mayoría de los estadounidenses no cree estar tan expuesta a la enfermedad como se afirma. Entonces, ¿se puede considerar recaída volver a votar a Trump? Las encuestas empiezan a decir que sí.
La entrada en el último tramo del año, en el camino hacia la noche oscura del alma, nos llega con fatiga infinita. La subida espectacular del PIB en el tercer trimestre indica que podríamos –podríamos– recuperarnos con más rapidez de la que pensábamos. Pero también que nos hemos dejado un 40 por ciento de nosotros mismos en el camino. Con todo, como dice Lope, no queda otra que perseverar: «No es filosófica fatiga, / transmutación sutil o alquimia vana, / sino esencia real, que al tacto obliga». Más que tanta norma, tacto es lo que de verdad necesitamos ante la posibilidad de recaída.
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