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El fango digital
La audiocarta del director ·
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«Las grandes plataformas digitales de relación personal ni son neutrales ni son inocuas ni, por supuesto, positivas por definición. Al contrario»Umberto Eco, cuya última novela, 'Número cero', abordaba en 2015 las peores artes del periodismo, la política y la propaganda, dijo que «el auténtico fango es la pasividad de los consumidores de noticias», a los que les da igual cómo muchas veces se activan y ... funcionan las estrategias de desprestigio personal más sucias y miserables. El fango. Las redes sociales son el amplificador perfecto para este tipo de patrañas, o sea, la gran ciénaga. Cualquiera que las frecuente, como observador o como usuario, sabe a qué me refiero. Puede comprobar rápidamente el enorme diámetro del gañote con que millones de usuarios de todo el mundo se tragan lo que les den. No ya solo el qué, verdad o mentira, sino el cómo. Según informaciones que desveló en primicia The Wall Street Journal, el propio mandamás de Facebook, Mark Zuckerberg, se resistió a hacer cambios en el algoritmo que decide qué ven los internautas en su página por el miedo a que se redujera el uso de la red social y sus beneficios. Y ello pese a las advertencias de los empleados por esa preponderancia del contenido dañino.
A estas alturas, queda pues meridianamente claro que las grandes plataformas digitales de relación personal, la ya mencionada más otras como Twitter, Instagram o Tik-Tok, ni son neutrales ni son inocuas ni, por supuesto, positivas por definición. Al contrario, cada vez existen más evidencias de los graves perjuicios, conocidos y promovidos a sabiendas, que causan en los esquemas de vertebración colectiva y los derechos y libertades de los ciudadanos. Pero no es solo eso. De lo mejor que he leído aplicable a ese entorno de conversación virtual rescato una reflexión del filósofo español Ernesto Castro en una entrevista que nos concedió a XLSemanal: «Así como hay regiones del planeta contaminadas y uno solo lo percibe cuando ya es irreversible, también hay ambientes degradados en términos de pensamiento». Y yo añadiría que de decencia y dignidad.
Esta semana hemos dado noticia de una nueva polémica en el Ayuntamiento de Valladolid. Ya saben, un anónimo deseó en Twitter que al alcalde, Óscar Puente, le pasara lo que al ahorcado Mussolini. La jefa de prensa del PP lo retuiteó y se montó, lógicamente, la mundial. Es grave el hecho, pero más por lo que esconde y denota que por lo que representa en sí mismo. Nuestros políticos, todos, y muy especialmente los que coordinan y deciden estrategias de comunicación, no calibran el deterioro al que están sometiendo el debate público. ¿Qué podemos esperar del tono y altura de un discurso público si ese mismo alcalde, hace unos meses, no tenía reparo en calificar literalmente como 'un mierda' a otro político en Twitter? ¿Qué esperan que suceda cuando son ellos los que constantemente adulteran, sustituyen o menosprecian los cauces institucionales de comunicación con la sociedad y sus organizaciones representativas? ¿Que no? ¿Que no es cierto que los partidos han trasladado sus argumentos de tribuna al forofismo y el navajeo de una barra de bar digital? El punto soez, frívolo, agresivo, insultante, sectario y de acoso con que todos los partidos, casi todos los políticos y miles de usuarios están alimentando y empobreciendo nuestra dialéctica colectiva sigue alcanzando cotas cada día más altas y peligrosas. Y no da igual.
Porque se están perdiendo a pasos agigantados las formas, la educación, la pertinencia, las razones, la paciencia, el valor del largo plazo, de la empatía, de la prudencia, de la medida, del reposo... De la humanidad. Eso que ustedes leen en Twitter –ignoro lo que sucede en Facebook porque hace años que me borré– no es política ni debate. Ni periodismo. Es una inmensa piscina llena de barro, un campo de batalla, un páramo expuesto al ataque de una jauría por cualquier memez.
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