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Nos extinguimos
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«A medida que la población se sube al tren con un único billete de ida, se destruye el talento, la capacidad de creación y, lo que es peor, se dinamita el futuro»Nos extinguimos. Y esa es una realidad absoluta. No solo en la vertiente más personal, en la que es evidente que al mismo tiempo en el que nos azotan al nacer comenzamos a morir, sino como ente social. Y lo segundo, sin duda, es mucho ... más grave.
Nos extinguimos mucho más rápido de lo imaginable. De una forma tan veloz que tan solo serán necesarias unas décadas para ver cómo esta comunidad se convierte en un desierto de arena y viento. Arena y viento, con silencio al fondo.
Los datos sobre la despoblación publicados por el Boletín Oficial del Estado evidencian que Castilla y León se desangra. En León, eso sí, a una velocidad mucho más alarmante. En el último año, según los datos definitivos del padrón, la provincia leonesa ha sufrido una pérdida insoportable de población hasta el punto que la secuencia es escalofriante de principio a fin.
Cada mañana, al despertar, cinco personas hacen las maletas y se van de la provincia. Cinco. A media hora, a la hora del café, otras cinco personas se cargan el petate para no volver. Adiós.
La secuencia no termina ahí. Durante la noche, cuando unos duermen y otros sueñan, nueve leoneses más deciden abandonar la provincia en silencio y en medio de la oscuridad. Toman ese camino para no volver. Y lo hacen así, quizá, para evitar convertirse en un paño de lágrimas.
Las cifras oficiales remarcan que la provincia perdió 6.919 habitantes, un 1,5% de su población, y por primera vez cae por debajo de los 450.000 habitantes.
Lo ocurrido en León no es un hecho aislado. Es el más grave dentro de una comunidad en la que todas sus provincias sin excepción, las de ambas regiones, se movieron en registros negativos. En términos generales se fueron 14.008 habitantes en el último ejercicio computado lo que supone que 38 personas desaparecieron del mapa (19 de ellas en León, un dato que no hay que olvidar).
No somos realmente conscientes de la gravedad de la situación, mucho más si se ubica en un contexto nacional de crecimiento poblacional. Perder habitantes a la velocidad actual, con situaciones tan extremas como las de León, evidencia un desgaste de consecuencias terribles a futuro.
A medida que la sociedad pierde efectivos, a medida que la población se sube al tren con un único billete de ida, se destruye el talento, la capacidad de creación y lo que es peor, se dinamita el futuro.
Las políticas actuales no sirven, o no convienen, las decisiones que se toman no son las adecuadas, o no son lo suficientemente efectivas y las planificaciones de futuro no dan para corregir un problema de tal envergadura.
De nada sirve creer que un leve descenso en esos procesos de 'fuga' crean una tendencia. No es real, ni realista. La situación tiene hoy tal calado que esperar a que un movimiento puntual se convierta en una evolución real y consolidada en el medio y largo plazo es algo así como creer en los imposibles.
La realidad de Castilla y León es tan dura como evidente: esta es una comunidad (de dos regiones, pese a la incomodidad que conlleva este tipo de afirmaciones) que se mueve bajo procesos de despoblación absolutamente demoledores.
Y frente a ellos falta una política real de rearme, una apuesta concreta de renovación económica y social, y una apuesta política que suma la realidad estructural de la comunidad y resuelva sus enormes desequilibrios. Fuera de todo ello esperan discursos sin contenido y la misma medicina de siempre. Y así lo único que llegará será lo ya conocido: más y más despoblación.
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