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Nuestra buena voluntad suele estrellarse de plano cuando se quiere abordar o intermediar en algún conflicto familiar ajeno. Son muchos los factores que se entremezclan: desde sentimentales hasta económicos pasando por el odio en que puede degenerar la convivencia entre personas predestinadas a quererse que ... por razones diversas se acaban odiando. Uno de los ejemplos más frecuentes son las agresiones domésticas que empiezan con amor que el tiempo o las circunstancias van convirtiendo en rechazo. Cuando la capacidad de entendimiento entre las partes se deteriora y llega a agresiones físicas o psíquicas –igual de deplorables– en las culturas más desarrolladas hay recursos legales para conseguir el restablecimiento, si no de la buena convivencia, sí al menos de la paz.
Hace unos días deplorábamos que el Gobierno turco había abandonado el pacto internacional contra la violencia de género que treinta y cuatro países tienen firmado. Los machistas turcos han recuperado el derecho a pegar a sus mujeres que reivindicaban políticamente como una tradición cultural y religiosa. Afortunadamente en los países desarrollados, y España a la cabeza, esto no ocurre. Para erradicar diferencias o arbitrar en beneficio de la legalidad en los conflictos de esta naturaleza, existen recursos variados tanto en los servicios de seguridad como en la Justicia a los que las víctimas, pueden y deben recurrir para defender su integridad y derechos. Además de los jueces ordinarios, existen instituciones y organizaciones en las que las agredidas, porque la mayor parte son mujeres, encuentren ayuda y apoyo judicial, que incluye la penalización de los agresores, su alejamiento perimetral y la protección para la libertad e integridad de las agredidas. Bien es verdad que estos recursos fallan a veces y los problemas lejos de resolverse se agravan.
No parece que la mejor solución sea exponer las situaciones dramáticas y morbosas en los medios públicos, especialmente la televisión, y menos obtener beneficios a cambio. El dolor, la ira y la rabia contagian pasiones y tomas ajenas de partido que convertidas en espectáculo entretienen a los espectadores y enconan los sentimientos, pero con resultados nulos o negativos para el arreglo de las situaciones. Son espectáculos deprimentes que a menudo provocan otras complicaciones interfamiliares. La mezcla de razones y situaciones enrevesadas y pasionales, lejos de encontrar comprensión entre las partes estimulan los agravios y crean otros nuevos. Para las televisiones que explotan estos escándalos, se convierten en una fuente excelente para conseguir espectadores, –siempre escasos cuando se trata de programas serios–, e ingresos.
Es lícito en cualquier tipo de negocio obtener mejores cuentas de resultados, pero también es imprescindible que lo intenten sin recurrir a exhibiciones coléricas, y dolorosas. Esta exigencia se hace más imperiosa cuando se trata de medios de comunicación de masas. La ética periodística debe ser más estricta. Explotar el dolor ajeno y poner altavoz a sus situaciones dramáticas no presta un buen servicio a la sociedad. Sólo a los accionistas.
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