La pandemia ha desnudado en parte algunas de las incómodas verdades que nos rodean. Nos ha situado ante la necesidad de acelerar la adopción de nuevos comportamientos, que generan miedo, incertidumbre y mucha inseguridad. Desde hace pocos días disponemos, por ejemplo, del primer real decreto ... que existe en España para trabajar desde casa. Un documento descafeinado y repleto de clichés que demuestra dos cosas: está hecho con prisas y, sobre todo, sigue los parámetros analógicos en un mundo digital. Basta comprobar cómo la norma se centra en el reparto de costes, que para el caso es lo único que pueden lucir en su haber los protagonistas de las negociaciones. Toda una revolución.

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Lo que más necesitamos ahora mismo es aceptar la tolerancia a la ambigüedad. Eso significa soportar la incertidumbre de que están cambiando cosas que no podemos controlar por completo. El virus nos ha enseñado de qué es capaz nuestra infraestructura médica y dónde se encuentran sus límites, o a comprender que la salud de uno puede afectar a la de toda una comunidad. También ha cambiado nuestra perspectiva sobre cómo trabajamos, pero todavía nos quedan pasos evidentes para promover un verdadero cambio de mentalidad que convierta lo exótico en normal. Lo teórico en práctico. Sobran corsés y falta liderazgo para incentivar un nuevo modo de hacer que ha de llevarnos a ese futuro posible. Solo lo conseguiremos si entendemos que todos, sin excepción, tenemos un trabajo que hacer cada día. Sea desde donde sea.

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