Felipe González y José María Aznar han coincidido, sin renunciar a sus diferencias ideológicas, al rechazar el inexplicable 'exilio' en que permanece el rey Juan Carlos en Abu Dabi. Revisando el pasado, tener que refugiarse en el extranjero –y en muchos casos acabar sus ... días lejos de España– es parte de una tradición penosa –hay quien dirá una maldición– a la que parecen condenados los exjefes del Estado español, monárquicos o republicanos, desde Carlos IV hasta Manuel Azaña pasando por José I, Isabel II, Amadeo de Saboya o Alfonso XIII, sin olvidar al Conde Barcelona.
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González precisó que el padre del actual Monarca debería regresar y residir en España con normalidad y, si fuese objeto de algunas acusaciones formales, responder ante los tribunales, pero entre tanto disfrutando el derecho a la presunción de inocencia que todos usufructuamos. Después de mucho tiempo de investigaciones judiciales, sobre Juan Carlos I no pesa ningún procesamiento ni acusación fiscal. Discutirle este derecho es improcedente y lamentable, igual que lamentable resulta olvidarse de lo que el emérito aportó a la recuperación de las libertades que disfrutamos, a la implantación de la democracia, a la ejemplar transición política y a la estabilidad, prosperidad y respeto internacional alcanzados por España durante su reinado.
Quizás no sobre recordar que asumió un legado de jefe de Estado totalitario, con unos poderes absolutos a los que renunció para convertirse en Rey constitucional, sin intervención directa en la política ni en la gestión administrativa. Hasta el momento de la abdicación, ejerció sus funciones con total respeto constitucional y se enfrentó a quienes intentaron violarlo. Es penoso que la memoria colectiva sea tan frágil a veces. Durante varias décadas, los reyes Juan Carlos y Sofía, que se había ganado la simpatía general, mostraron en sus viajes oficiales por los cinco continentes la imagen de una España moderna, alejada de sus anquilosadas tradiciones, y nuevamente próspera, libre y comprometida con la paz. Una prosperidad a la que la estela que dejaba la pareja real tanto contribuyó a atraer turistas, abrir mercados y propiciar inversiones; en definitiva, a estimular el desarrollo espectacular que se estaba produciendo.
Al margen de otras cuestiones de orden interno, el auto 'exilio' del rey emérito que con tanto éxito representó a la España democrática es muy deplorable para la imagen internacional que proyecta nuestro país. De la presunción de inocencia que todos disfrutamos no puede estar privado quien más contribuyó a restaurarla.
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