Excusarse en las bodas

Este domingo, sin ir más lejos, se casa un amigo cercano que ya es lejano. De Canarias viene a la Meseta y sabe que no iré a su 'sí quiero' porque soy un poco descastado y hay un entuerto no resuelto con una amiga de la novia. Quizá le escriba un poema; un poema de esos para bodas que se leerá excusándome en que tengo cierta alergia social cuando estaré, cómo no, en la gasolinera y viendo lo del volcán por el teléfono; que han puesto wifi y los teléfonos ya no combustionan porque la barrita del barecillo está lejos del surtidor, y ya saben que toda gasolinera -más ésta- con el cielo azul y bajo, frente al palomar, con gato y cipreses, es un puesto de información y turismo en esta zona.

Luego todo será un Instagram censor con peinados rococós, bultos sospechosos en las casaderas -y en los casaderos- y cuatrocientos euros que no han salido de mi cuenta y que quedan ahí, en remanente para otra bicicleta o para una piragua como la de Quico Taronjí, con la que bajar el Duero y ponerme en forma. Y tener algo que contar cuando me case.