Rocío Monasterio y Santiago Abascal, en un mitin en Valdemoro. Víctor Lerena-EFE

La excentricidad de Vox

«La presencia de Vox en el parlamento madrileño o en cualquier otra institución electiva trasciende lo meramente político y se convierte en un asunto que concierne a la conciencia personal de cada elector»

Antonio Papell

Valladolid

Domingo, 2 de mayo 2021, 08:38

Si se excluye a Fuerza Nueva, que consiguió un diputado en los setenta del pasado siglo, y a las formaciones soberanistas que pretenden una ruptura traumática con el Estado, Vox es la primera fuerza de la etapa democrática que mantiene valores incompatibles con el espíritu ... de la Constitución. Se podrá simpatizar o no con la llamada extrema izquierda cuyo germen fue el PCE y que hoy es Unidas Podemos pero lo cierto es que no ha habido encontronazos legales con ella. Las discrepancias internas que se observan en la coalición gobernante no se vinculan a la Carta Magna, que todos admiten tácitamente, sino a divergencias entre políticas diferentes en objetivos y/o en intensidad, pero en todo caso interiores a la ley fundamental.

Publicidad

Vox, en cambio, representa una regresión inaceptable hacia parajes que la humanidad ha recorrido y superado afortunadamente. Su atavismo se podría explicar de varias maneras pero hay dos ejemplos clave que permitirán entender los motivos de la detestación que suscita.

Por un lado, Vox esgrime el lema nacionalista, xenófobo e introspectivo de todos los populismos reaccionarios, empezando por el que cultivó Trump. El 'America first', como «los españoles primero», llevado al paroxismo, supone no sólo el freno a la inmigración sino también la negación de los derechos del otro, del diferente, del que no tiene la fortuna de ser español o europeo, y ya puestos, del pobre autóctono que no ha conseguido integrarse en la competitiva sociedad española y vive de la beneficencia o del Estado. Su tema central contra los menas es tan expresivo como ruin: persigue a niños y adolescentes que han huido del hambre y de la miseria en sus países de origen y, arriesgando la vida, tratan de procurarse un futuro mejor a costa de los mayores sacrificios. La agresividad contra estas personas, entre las que sin duda hay delincuentes como en todos los colectivos humanos, es la prueba de una indignidad moral inconcebible. Y lo extraño es que los desalmados que formulan tales propuestas consigan así adhesiones egoístas de gente de su misma calaña.

Por otro lado, su condescendencia con la concepción patriarcal del machismo, su voluntad de imponer un modelo anacrónico de núcleo familiar en que el macho alfa agrupa a su alrededor al clan, al que domina y maneja a su antojo, es un verdadero riesgo para la autodeterminación de las mujeres, víctimas históricas de semejante esquema mental. Es indiciario el cartel de Vox en Madrid en que la candidata del partido a presidir la comunidad, Rocío Monasterio, no aparece sola sino acompañada de Abascal, este en primer plano y mucho más grande que su conmilitona, como si hubiera de protegerla en la lid electoral o como si hubieran de quedar claros el ascendiente y la subordinación. Alguien se preguntaba en los medios qué diríamos todos si Irene Montero se presentase a la presidencia de la comunidad de Madrid y Pablo Iglesias, líder de UP, compareciera con ella en el cartel. O si Gabilondo lo hiciera con Sánchez al lado.

Publicidad

También ha sido elocuente la negativa de Vox a condenar paladinamente las amenazas anónimas a políticos con el pobre argumento de que el partido radical no encontró solidaridad cuando fue agredido en Vallecas, en aquel mitin en el que Abascal plantó cara a sus detractores con la evidente intención de generar tensión y convertirse en víctima. Los que intentaron boicotear el acto son claramente culpables y merecen reproche, pero también quienes se valen del odio que generan voluntariamente para atraer adhesiones instintivas.

Por todo ello la presencia de Vox en el parlamento madrileño o en cualquier otra institución electiva trasciende lo meramente político y se convierte en un asunto que concierne a la conciencia personal de cada elector. El pueblo soberano ha de meditar individualmente si es ético apoyar a quienes niegan la solidaridad y la igualdad, y no solo en la aldea o en la nación sino en todo el orbe, o a quienes no combaten al machismo obsceno que secularmente ha postergado a la mujer.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

0,99€ primer mes

Publicidad