Al igual que sucedió en la gran crisis económica de 2008, España vuelve a tener la ventaja de ser un Estado miembro de la Unión Europea al afrontar el coronavirus. No todas las medidas adoptadas desde Bruselas o Frankfurt son acertadas ni mucho menos ... suficientes. Pero sin nuestra plena participación en la integración europea, las consecuencias económicas de la crisis sanitaria serían mucho más difíciles de afrontar y podían arruinar a varias generaciones. Por fortuna, aquí no tenemos un movimiento euroescéptico potente, incluso la mayoría de los españoles valoran más las instituciones europeas que las nacionales. El carácter lejano y gris de la gobernanza bruselense, en manos de expertos desconocidos, diríase que nos inspira confianza. A cambio, se echa de menos un europeísmo más ilustrado y menos beato, que no sea de trazo grueso y rememore el triste «que inventen ellos».
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En nuestro país se confunde con facilidad a la Unión Europea, un proyecto político y económico de gran envergadura, hoy plagado de problemas, con la misma idea de Europa, basada en unos ideales de civilización, fruto de un largo proceso de decantación histórica. El mejor europeísmo mira a estos ideales -Europa como espacio de dignidad, solidaridad, libertad, igualdad- y desde ahí mide el progreso de la integración, la realidad institucional y las políticas de Bruselas. Por eso el verdadero europeísmo debe ser crítico en ocasiones, por ejemplo ante la enorme miopía de países como Holanda al tratar de bloquear el plan económico europeo contra el coronavirus o con la metedura de pata de la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, al afirmar con frivolidad que los coronabonos son solo un eslogan.
Algunos supuestos europeístas critican en medio de la tormenta a su propio país por no haber hecho mejor los deberes, porque no se redujo el déficit y la deuda pública cuando se podía. Con este argumento respaldan la vergonzosa negativa de varios Estados miembros a permitir que las instituciones de la UE actúen con más decisión para salvar su moneda común y la prosperidad compartida de todos los ciudadanos europeos. Mi impresión es que estas voces no se molestan en entender la emergencia que atravesamos, en la que simplemente no hay culpables. Tampoco están acostumbrados a que España defienda con convicción sus intereses, más aún cuando reclama justo lo que necesita el conjunto de la Unión en una encrucijada histórica. Harían bien en dejar de justificar sin más todas las carencias y equivocaciones en el seno de la UE. Por el conrtario, es hora de levantar la vista e impulsar desde España la Europa que queremos.
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