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Es cierto que la identidad cultural puede elegirse, construirse, deconstruirse, inventarse y desinventarse. Más en el mundo actual, donde recibimos continuamente información a través de códigos culturales distintos y, según los momentos de nuestras vidas, nos hallamos en sintonía con unos u otros signos identitarios. ... Signos que parecen terminar siendo inevitables, por burdos y simples que –ante un análisis racionalista– a menudo resulten: tales los escudos, las insignias o las banderas. ¿De un club? ¿De un equipo? ¿De un país? ¿De todas estas cosas al tiempo?
Y dependiendo del ámbito o la escala, también nos sentiremos pertenecientes a un lugar, a una comarca, a una región, a una nación, a un continente; así como atrapados por las percepciones que recibimos –o ideas que nos hacemos– de todo ello. Es muy difícil escapar por completo a ese juego de identificaciones o diferencias que viene incluido en 'el pack' de las culturas y nos vuelve, a la vez que miembros de una sola humanidad, tan enormemente diversos.
Pretender actuar y vivir de espaldas a esto es algo peor que erróneo, porque en la práctica se revela como irrealizable e ilusorio. ¿Qué es lo que hemos presenciado últimamente respecto al proceso del 'brexit'? El concreto –pero no insignificante– fracaso de una determinada concepción de Europa que se reedificó (deliberadamente y por expresa voluntad de los fundadores de la UE) sobre el interés común de unas relaciones comerciales y económicas; o desde la realidad previa de estados y naciones a los que se amalgamaría en razón de las ventajas de un mercado conjunto. No más.
El trato para conseguirlo era llevar a cabo una unidad frágil o coyuntural bajo unas consignas tácitas, aunque claramente asumidas: «fuera culturas», «nada de hablar de identidades». Se pensaba que las discusiones y pugnas sobre aquellas habrían generado en Europa la catástrofe de las dos grandes guerras. Y esa era su nueva piedra fundacional: una lápida funeraria, un horror hecho advertencia y memoria. Ha bastado que volvieran a agitarse banderas nacionales, que se apelara a la sensación de menoscabo o desprecio de la integridad patria para que, en el Reino Unido, venciera el voto del desencanto, que suele ser también el del recelo, la separación y la exclusión.
Lo que no es únicamente responsabilidad de quienes así han reaccionado. Demasiado tarde –y con eufemismos– se ha empezado a tomar en cuenta por parte de los mandatarios de la UE lo que se asemejaría a una identidad compartida, ese vago y ambiguo «estilo de vida europeo».
Y vengamos a Castilla y León, puesto que –de parecida forma– aquí estas estrategias equivocadas se repiten. ¿O cómo explicar si no la 'reconversión' de la Fundación Villalar y la preocupación de algunos por 'descastellanizarla' e impedir que los sentimientos leonesistas o provinciales de segregación puedan verse alentados?
En el caso de lo castellano, como en el caso de lo europeo, se presupone que hay unas realidades históricas, culturales y lingüísticas innegables –cuya dimensión ha llegado a ser tan importante que desborda los límites de lo territorial–. Y da la impresión de que –asimismo– se cree, por parte de las élites gobernantes, que sobre las bases de tal obviedad se irá desenvolviendo todo lo demás. Que Europa encontrará su camino. Y que –en paralelo– Castilla y León, a pesar de que se reniegue del sentimiento de identidad o pertenencia a una región con ese nombre, habrá de perpetuarse porque sí. Sin embargo, la cosa no es tan sencilla.
La identidad cultural debe nutrirse y renacer cada día, ya que –como las plantas– no crece ni se sostiene sola. Si bien hay que alimentarla lo justo y no más, ya que puede tornarse insaciable, e igual que Saturno devorar a sus propios hijos. La identidad es lengua o lenguas. Modos de vida y de entender el mundo. Creencias. Valores. Es pasado pero –también– ha de constituir un modelo de futuro. Si no existe un modelo definido de Europa, como si no lo tenemos de nuestra región, de poco servirá regodearse en los monumentos, las reliquias y las glorias de antaño. Pues tan trascendente como saber lo que fuimos es saber lo que se quiere llegar a ser.
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