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La escasa fiabilidad de los demócratas norteamericanos en esta etapa posterior a Obama, paradójicamente protagonizada por quien fue su vicepresidente, es muy difícilmente digerible para Europa, que ha contribuido prácticamente en bloque a la ocupación de Afganistán tras aquel ominoso 11 de septiembre de 2001, ... en que tuvo lugar el mayor atentado terrorista de la historia, que todavía, veinte años después, resuena en nuestros oídos. La OTAN, como organización, se implicó también y participó materialmente en la operación, lo que reforzó la ilusión de que la Alianza Atlántica seguía intacta, y por tanto con sus países dispuestos a salir en defensa de cualquiera de ellos que fuese agredido, de acuerdo con lo que dispone el célebre artículo 5 del Tratado: «Las Partes acuerdan que un ataque armado contra una o más de ellas, que tenga lugar en Europa o en América del Norte, será considerado como un ataque dirigido contra todas ellas, y en consecuencia, acuerdan que si tal ataque se produce, cada una de ellas, en ejercicio del derecho de legítima defensa individual o colectiva reconocido por el artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas, ayudará a la Parte o Partes atacadas, adoptando seguidamente, de forma individual y de acuerdo con las otras Partes, las medidas que juzgue necesarias, incluso el empleo de la fuerza armada, para restablecer la seguridad».
Trump, unilateralista como corresponde a un presidente republicano radical, despreciaba a la OTAN porque representaba una limitación de su propia soberanía, y con muestras de un desdén y de una superioridad ofensivos, conminó a todos los socios a que contribuyeran en mayor medida al sostenimiento de aquella estructura militar, ciertamente financiada por Washington en su mayor parte. Los europeos, por razones fácilmente comprensibles -padecimos en carne propia en el siglo XX dos grandes guerras mundiales sin precedentes en la historia de la humanidad-, somos poco belicistas y estamos poco dispuestos a invertir en grandes Ejércitos. Por ello, cedíamos gustosamente el liderazgo global a los norteamericanos. siempre que fueran ellos los que invirtieran en defenderse, en defendernos y en mantener el equilibrio durante la Guerra Fría, que concluyó de facto con la caída del Muro de Berlín.
Biden, que ha cuidado con mimo la alianza anglosajona que tanto irritaba al general De Gaulle (motivo por el cual no permitió durante su vida política activa que el Reino Unido ingresara en le Mercado Común) no ha despotricado contra la Alianza sino que, más prácticamente, la ha vaciado de contenido. Situado el centro de conflictividad mundial en el sudeste asiático, con la hipotética invasión de Taiwán por China como principal amenaza, el mandatario americano se ha desentendido de los compromisos europeos de su país y ha firmado el Aukus, el famoso pacto defensivo entre EEUU, el Reino Unido y Australia, basado en una red de bases de submarinos nucleares. Con la particularidad de que Australia se había comprometido con Francia a la compra de submarinos convencionales. y que ahora serán los Estados Unidos el país que venda a los australianos submarinos atómicos.
Lógicamente, este comportamiento impulsa a la UE a crear una Europa de la Defensa, que acaba de ser enunciada para su inminente puesta en marcha por la presidenta de la Comisión, Von der Layen y que en realidad ha partido de una iniciativa francesa de 2017. Es curioso recordar ahora que la Comunidad Europea de Defensa, firmada por los seis países fundadores del Mercado Común en 1952, fracasó estrepitosamente al no salir adelante en la Asamblea Nacional Francesa en 1954.
La idea es racional, y ese ejército europeo debería ser el soporte de una verdadera Política Exterior Común, que hoy carece de toda fuerza coercitiva y cuya influencia, a pesar de los esfuerzos de Josep Borrell, es limitada. Pero Europa es pacifista, está en las antípodas de la belicosidad, y no será fácil que ese Ejército Europeo consiga recursos suficientes de la propia UE. De hecho, esa Europa de la Defensa debería ser una fracción autónoma de la OTAN, aunque capaz de asumir plenamente el mando y la iniciativa en la organización matriz, que sigue teniendo sentido mientras nuestras democracias sufran alguna clase de amenazas exteriores.
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