Tengo buena relación con los ingenieros agrónomos que, a pesar de la complejidad de una carrera como la suya, suelen vivir pegados al terreno. Saben de siembras, cosechas, sementeras y actividades similares casi tanto como los campesinos que pisan barro para dedicarse a una tarea ... de vital importancia para todos nosotros. Y no conozco a ningún técnico superior que desprecie o mire por encima del hombro a ese profesional que cuida el terruño, aunque no haya terminado la EGB. No sé qué estudios habrá cursado en toda su vida Eugenio, el pastor de Robladillo, al que he escuchado montones de veces haciendo predicciones meteorológicas a base de analizar la forma de las nubes, la velocidad del viento o el comportamiento de los animales, entre otras variables.
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Pero era previsible que Eugenio acabara vendiendo las ovejas porque sus descendientes prefieren dedicarse a la construcción. Y, faltaría más, respeto su decisión porque todos tenemos derecho a mejorar el estatus de nuestros antepasados. No me cabe duda de que el ladrillo dará dinero (menos que durante el 'boom'), pero sin ganadería ni agricultura la vida en la tierra será imposible. Todavía resuena en mi cabeza una frase del añorado Pedro Llorente, ingeniero y director general del Medio Natural de la Junta, cuando, cariñosamente, le 'reproché' la escasa filosofía de su trabajo: «¿Te parece poco filosófico trabajar para que podamos comer»?
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