Al menos en mi generación, la ética del juramento hipocrático impregnada de humanismo cristiano ha sido, y sigue siendo, el santo y seña de la moral médica.
El vigoroso impulso de la biomedicina actual se ha fraguado en los últimos 40 años con avances importantísimos ... que no son sino el anuncio de lo que está por venir y cuyo alcance no resulta fácil prever a largo plazo.
Paradójicamente, estos avances han deparado nuevos problemas ético-morales de manera que gente bien intencionada piensa que la poderosa medicina actual lo cura todo o casi todo. Empero, los médicos conocemos que, por desgracia, existen numerosos procesos cuya terapia efectiva se nos escapa.
Noah Gordon en su maravilloso libro titulado 'El Médico' lo refleja en una de sus páginas cuando el maestro le dice a su joven discípulo: «…y aunque estudiaras medicina durante más de una vida acudirían a ti gente cuyas enfermedades son misterios».
Por otra parte, el progreso médico ha traído consigo un aumento significativo de la expectativa de vida y por tanto de la longevidad, lo que ha modificado el acto de la muerte, a veces muy angustioso, es decir que la tecnificación hace emerger nuevas formas de morir.
Hace más de 50 años la medicina escasamente tecnificada y con remedios terapéuticos poco eficaces condicionaba que la muerte no fuera una decisión humana demandante al médico y, por tanto, no existían fundamentos para planificar el proceso de morir.
Pero en el siglo actual la medicina pública con su magnífica red hospitalaria, tecnología avanzada y profesionales sanitarios altamente cualificados propicia que la mayoría de los fallecimientos se produzcan en el hospital. A diferencia de lo que sucedía antaño, que la muerte se producía en la intimidad del hogar, en el siglo XXI la muerte está medicalizada y ya no existen enfermos desahuciados sino terminales.
A veces se olvida que el paciente no debe ser un caso clínico o una enfermedad, ni un conjunto de órganos dañados, funciones deterioradas o emociones trastornadas. Es un ser humano, una persona temerosa y esperanzada que necesita alivio y confianza. Del médico se espera tacto, simpatía y comprensión y que alivie los sufrimientos psicofísicos con su terapia farmacológica, su palabra y su conducta.
Por ello me permito recordar que al final de la vida, en situaciones de graves procesos, de crisis o desamparo o ante el desgarro emocional de una muerte próxima se necesita más que nunca del calor humano y la presencia del médico. Este debe proporcionarle apoyo emocional, paliar sus dolores y sufrimientos, mantener su dignidad humana e impedir que quede aislado de su familia, evitando prolongar la vida con técnicas artificiales o con fármacos, ya que no alargar innecesariamente la vida también engrandece la medicina.
Como ha dejado escrito el gran oncólogo Sanz Ortiz cuyos conceptos suscribo:
1.-Es necesario incorporar la muerte a la vida.
2.-La sedación terminal permite culminar el adiós a la vida de una forma humanizada.
3.-El último acto de la vida debe protagonizarlo (si es posible) la propia persona, cuyos valores, prioridades y creencias deben respetarse.
4.-Nadie debe morir con sufrimiento y nadie debe morir solo. Nunca debe faltar el calor de una mano amiga.
5.-Asistir a la muerte digna de un ser querido es un bien personal que deja un buen recuerdo y perdura en el tiempo.
Obviamente la sedación terminal no puede decidirse con ligereza; en ella están implicados el médico que atendió al paciente, los médicos de cuidados paliativos, las enfermeras y los propios familiares. Como opina el doctor Puerta los verdaderos enemigos del ser humano y, por ende, de la medicina no son otros que los elementos que hacen de nuestra vida y muerte una experiencia insufrible.
Finalmente, creo que una inmensa mayoría de los médicos son partidarios de la sedación terminal cuando se tiene la evidencia de la incurabilidad y del sufrimiento agónico, con ello lo que se pretende es dulcificar el último tramo del camino de una vida y esta es una misión sagrada y obligada del médico.
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