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La niebla se levanta por el Pinar de la Rubia, caminito de Simancas, y viene como un bofetón de primavera a quien tanto la esperaba. Es febrero y nos da lo mismo, porque todo renacimiento empieza por uno mismo y que se equilibre la serotonina. ... Estas mañanas desocupadas tienen su punto, claro, cuando la ciudad va cogiendo su ritmo y uno la observa como en una dimensión extraña.
Paseo de Zorrilla arriba va el tráfico, el pulso, y empezamos a recordar aquellos días de la adolescencia en que pisamos por segunda vez –y sostenidamente– la ciudad a la que debemos tanto.
Será la medicación o el anticiclón, pero sale el sol y ve uno las cosas con más claridad. Una cigüeña crocota por San Pablo, y al paseante -que soy yo- le da por ir de misas sin cura. Aún me santiguo, o vuelvo a santiguarme, porque la trascendencia y el catolicismo vienen a mi encuentro.
Deambular Valladolid en la mañana clara es un placer antiguo, justo a esa hora en la que no se puede alargar el café y falta como una hora para el primer clarete. Dice ÉL que en eso consiste la vida, en que febrero salga tibio y en dejar las taquicardias para otro día. Ahora que quieren desnaturalizar a Bravo, a Padilla y a Maldonado, justo ahora, empieza a asomar una primavera que igual no acaba tan desmentida. Quizá porque por encima de los calendarios está la persona y la primavera sea eso, un deseo, una proyección.
A pesar de todo, cuando el río se desborda y todo está más oscuro lo que sabemos es que el periódico sale, y los viejos de Sansón sacan su mayéutica cachondona por el vaho. O quizá no sea vaho sino un pensamiento con sentido común y hasta con doble o triple sentido.
En la iglesia de la Veracruz, ya he dicho que me iba de misas sin cura, me embobo ante el Descendimiento. En realidad, frente a Dios hecho hombre y renacido en la gubia de Gregorio Fernández voy haciendo un tiempo místico, entre el 'stendhalazo' y ese patrimonio de una mañana libre frente a la Historia. Todo se detiene, veo la inmensidad del mundo y las tonterías del brasas, los informes, los tirantes, 'los corseses'... entiendo la cortedad humana frente a lo inefable.
A veces me pongo bien con Dios, aunque no sea domingo. El portón cierra, la calle deslumbra, platerías de febrero. ÉL me recoge mientras me llama un alumno para preguntarme algo de infamias. ÉL camina rápido, con la mariconera al hombro, lleva un pasodoble en el móvil y me lleva al bar de Pedro a comer 'maruja', la aristocracia de las verduras, y a ver si Morante y el Arte acaban por salvarnos.
Es un día, laborable, pero como si fueran 19 años...
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