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Eternas mascarillas

DADOS RODANDO ·

«Que sepamos, el virus no distingue entre unos grandes almacenes, una ferretería, una droguería, un autobús o una botica, pero la norma determina una cosa concreta y no cabe otra que cumplirla»

Antonio San José

Valladolid

Martes, 27 de septiembre 2022, 00:03

T ambién en esto hay dos Españas: una que no puede más y aboga por la supresión absoluta de las mascarillas en aquellos lugares donde aún son preceptivas, y otra que defiende su uso a machamartillo e incluso propugna extender su utilización a otros escenarios ... de la vida cotidiana. Los datos siempre resultan esclarecedores y sabemos que desde hace exactamente una semana los pasajeros que llegan a nuestro país por vía aérea o marítima ya no están sometidos a control alguno antes de cruzar la frontera. Incluso no tienen que presentar ningún tipo de pasaporte covid. El fin de esta medida, según ha comunicado el Gobierno, es «favorecer la normalización de la movilidad internacional con el menor impacto posible para la salud pública».

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A pesar de esta norma tan liberalizadora, los cubrebocas continúan siendo obligatorios en el interior de los aviones y, por supuesto, en trenes, autobuses y taxis. Todos los indicios apuntan a que la derogación de esta normativa está cercana, pero también sabemos que nadie quiere responsabilizarse de una 'barra libre' cuando está al caer la octava ola y una gripe que viene con fuerza en el inicio del otoño. Vivimos, pues, una especie de esquizofrenia en medidas sanitarias que quita una cosa de aquí y mantiene otra allí, por aquello del qué dirán. Como no hay expertos conocidos que respalden las medidas, resulta complicado que alguien quiera firmar una decisión que, a la larga, puede costar vidas. Todo esto es comprensible, pero haría falta una coherencia que ahora brilla por su ausencia. Aquí puede venir cualquiera, de cualquier país y entrar en España sin enseñar ningún papel que acredite que se encuentra debidamente vacunado de covid. Puede circular sin restricción sanitaria alguna por el aeropuerto, por muy atestado que esté, tomarse un café en un bar abarrotado y comprar en un supermercado, todo ello sin mascarilla, pero para entrar en una farmacia se la tienen que poner, igual que si sube en un medio de transporte.

Que sepamos, el virus no distingue entre unos grandes almacenes, una ferretería, una droguería, un autobús o una botica, pero la norma determina una cosa concreta y no cabe otra que cumplirla.

El virus no se ha ido, pero la población está intensamente más protegida. Los casos de contagio han disminuido y los ingresos en UCI han caído, afortunadamente, de manera drástica. La curva volverá a subir, inevitablemente, aunque con menor gravedad. La covid, dicen los expertos, será una enfermedad habitual en nuestras vidas, como la gripe (que es otro coronavirus), y tendremos que aprender a convivir con ella. Así las cosas, el sentido común dicta que el uso del cubrebocas debe circunscribirse a aquellas personas contagiadas que desde su responsabilidad no quieran ser una amenaza para nadie, a la población de riesgo, que debe protegerse especialmente, y aquellos que estén en contacto directo con vulnerables. Es lo que ocurrirá no tardando mucho, por más que ahora liberar el uso del adminículo que hemos llevado durante tanto tiempo atornillado a la cara produzca vértigo en quienes deben tomar la decisión.

En Europa, las mascarillas han decaído casi en su totalidad. Los cruceros americanos trasladan a miles de viajeros sin ella y su uso es cada vez más residual en todos los ámbitos. Algunos opinan que deberíamos seguir usándolas 'ad aeternum', para no olvidarnos de la existencia del virus. El argumento es muy respetable, pero, francamente, si se trata de recordar hay otros medios que tienen que ver con la responsabilidad de cada uno y, sobre todo, con el sentido común.

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