El estruendo

En mi tierra natal los temblores son algo habitual. Coinciden con lo más crudo del invierno, porque en la mesa camilla se oye una vibración sorda. Entonces uno recurría a la web y veía el epicentro. Nadie está ya a salvo de nada. Y aun así lo que más duele es que cuando un edificio en Siria se reconstruya, pueda haber una bandera del ISIS. Que la solidaridad del mundo no impida que los soldados del Kremlin, cuando se despierten del helor y de la mona de vodka, vuelvan a la campaña ucraniana. El mundo se quiebra por dentro y por fuera.

Siempre les toca a los más vulnerables, pero porque el Ser Humano es vulnerable de por sí. Hacen falta mantas y más medios, que creo que le oí a la ministra de Defensa en el duermevela de la siesta.

En esta otra parte de Eurasia, las placas se están quietas de momento. Habrá que aprovechar el momento antes del tsunami, ese que en Cádiz, en estos carnavales y en los de siempre, ha aparecido como un Neptuno temible y cachondo, salte las murallas.