Los españoles pagaremos las consecuencias del baño de realidad electoral recibido por nuestros jóvenes líderes políticos; no contaban con ello, pero es la consecuencia de una frivolidad política generalizada y ajena a un básico sentido del Estado. Las elecciones del 28-A reiteraron el abandono ... del modelo bipartidista, pero dieron una opción muy clara de gobernabilidad: el acuerdo entre PSOE y Ciudadanos, con 180 diputados. Además del apoyo de las urnas, ofrecía estabilidad y merecía el respaldo europeo y de sectores económicos, pero la descalificación infantil de sus líderazgos impidió el acuerdo y alentó una fuerte irritación ciudadana; desde esa noche, la insensatez ha pasado de hundir una vana ensoñación a abrir el camino a un escenario preocupante. Los votantes han castigado a estos dos partidos en especial; han cortado las expectativas del PSOE de Sánchez de superar los 140 diputados, perdiendo tres y la mayoría del Senado, y han hundido a Albert Rivera y Cs. El panorama final es la destrucción del centro político y la emergencia de opciones radicales, todo al rebufo del conflicto catalán, donde la diletancia tanto de Rajoy como de Sánchez han desdibujado el papel del Estado… ante la frustrante orfandad de los catalanes que se sienten españoles. Los acontecimientos son fruto de unas estrategias manifiestamente erróneas.
«Albert nos lo dio y Albert nos lo quitó», así puede resumirse el fulgurante ascenso y caída de Cs. Rivera y su partido merecen un enorme respeto por las circunstancias hostiles en las que surgieron y su compromiso con la regeneración política. Su empeño fue reconocido y, durante tiempo, logró aparecer como el líder mejor valorado en muchas encuestas. Este aire regenerador subyacía en muchas personalidades de fundadores de Cs, así como en otras que se incorporaron posteriormente, y permitía una posición central entre los dos partidos hegemónicos, fatigados por inercias y casos de corrupción. El objetivo parecía ser un partido bisagra, que garantizara con su participación eventual el buen ejercicio político de los mayoritarios en minoría: un bipartidismo corregido. Era un empeño difícil, pues en ello habían fracasado el CDS de Adolfo Suárez y la UPyD de Rosa Díez. Pero Cs lo consiguió brillantemente; tras ser el partido más votado en las elecciones catalanas, logró un resultado espectacular el 28-A: 57 diputados para un partido bisagra. Se puede morir de éxito y este es el caso. Se renunció a ser partido de centro a cambio de liderar la derecha, ante la expectativa de acabar con el 'sanchismo' y superar a un PP en plena renovación, pero con un aparato sólido. Fue un error estratégico básico acompañado por la salida de disidentes: el resto ya es historia. La dignidad de una rápida dimisión no evita lo peor del fracaso, que trasciende del avatar de Cs y Rivera; al renunciar al papel de árbitro para el que se había posicionado, su hundimiento arrastra la opción del centro político, cuya búsqueda de equilibrio y tolerancia fundamentó la Constitución del 78. Un daño grave cuyo alcance se verá más pronto que tarde.
Pedro Sánchez renueva su condición de superviviente político, pero las dificultades del momento requieren algo más que supervivencias personales. Animado por las expectativas del CIS, ignoró la necesidad apremiante de un Gobierno estable y apostó por nuevas elecciones… con viento a favor. No ha sido así y la apuesta resulta incomprensible, pues se conocía que la sentencia del 'procés' influiría conflictivamente en el proceso electoral, que la economía y el empleo se ralentizarían, como preludio de los vientos de crisis, y que recuperar el recuerdo de los restos de un dictador era resucitar memorias de una ultraderecha integrada en un PP de amplio espectro. El debate electoral entre candidatos mostró que Cataluña y los restos de Franco habían regalado un turbo a Vox. Errores catastróficos que lo sitúan como un partido de ultraderecha de los más fuertes de Europa. Los 50 escaños perdidos entre Cs y PSOE (47+3) son los que han ganado PP y Vox (22+28), datos que explican cómo ha triturado la opción de centro izquierda el avance de una derecha, más emergente en su opción extrema.
El 10-N no es una buena fecha para la historia de la democracia española; el Estado se debilita más tras estas elecciones frente a un independentismo más radicalizado y el anuncio de un nuevo 'Gobierno Frankestein' cogido con alfileres. Solo un pacto de Estado, sobre temas básicos (Cataluña, Europa y Presupuestos) entre PSOE y PP, que muestre un sentido de Estado hasta ahora inexistente, permitiría un gobierno minoritario del PSOE que facilitara una salida operativa. El futuro se adivina difícil, tras aumentar la fragmentación política y la radicalización de los extremos: las Cortes serán escenario privilegiado de su choque, cuya onda expansiva llegará a los ciudadanos. Lo sucedido ha superado mis temores, expresados en artículos previos; los errores estratégicos anunciaban la catástrofe. Aumentan los discursos frentistas y continúa el deterioro imprudente del modelo de convivencia nacido con la Constitución de 1978. Los españoles hemos hecho nuestra elección y Europa tiene motivos para alucinarse y preocuparse.
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