![Estampas de posguerra](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202005/09/media/cortadas/napo-kTID-U110103011111OGG-1248x770@El%20Norte.jpg)
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Los más prudentes hablan de tregua, antes que de victoria en la guerra contra el virus. Es imposible saberlo. Pero en cualquier caso, hay que ver lo que da de sí el símil. La puesta al día de lo que fue aquella posguerra mundial que ... se inició oficialmente el 8 de mayo de 1945. Hace 75 años. Eso que los alemanes se niegan a llamar el 'día de la liberación', porque tras la derrota no era precisamente la libertad lo que alcanzaba el pueblo alemán. Por eso se había entregado en masa a los americanos, antes de hacerlo a los soviéticos. Una opción que ahora mismo los europeos tenemos un poco más complicada, con Trump acosado por sus más de 30 millones de parados y Putin tratando de batir el récord del padrecito Stalin.
También ayer, coincidiendo con la fecha, en Italia quedaron libres, para salvarlos del coronavirus, nada menos que 376 mafiosos. 376 angelitos dispuestos a convertir la posguerra vírica en nuevos negocios para sus familias. Como buenos italianos, ellos saben bien lo que en verdad hay detrás de cada 'victoria'. La tristeza de muchos y el alzamiento de pocos. Las luchas de poder para repartirse la miseria. Eso que también vemos aquí, en forma de vodevil, cada vez que las cámaras de televisión entran en el Congreso de los Diputados.
Las dos Españas: la que quiere mantener el estado de miedo, porque es la única manera que tiene de gobernar hoy, y la que prefiere morirse contagiada antes que de inanición, porque lo que le interesa es gobernar mañana. Las guerras de nuestros antepasados disfrazadas de controversias nacionales, nacionalistas, regionales, regionalistas, locales y localistas. Falta solo por saber lo que opina el cantón de Cartagena.
Y el consuelo, en todo caso, de ver salir el sol sobre las calles del desencanto. Y de pensar una vez más en el futuro. Ese futuro que dejamos aparcado justo antes de la pandemia. Y que no se ha solucionado solo por mucho que los corzos, en lugar de los niños, circulen por los parques. Tal vez el cielo está más limpio. Pero a nadie le va a extrañar si mañana los próximos inmigrantes llegan a España por el Estrecho saltando de islote en islote, sobre una gran masa de mascarillas y guantes de plástico desechables. Menos mal que ya sabemos que la sal mata al virus. Aunque nos tengamos que bañar con la toalla a modo de turbante, porque no nos dejen ponerla sobre la arena. También eso es posguerra.
Si algo nos enseña la historia, es que las guerras las pierde siempre la mayoría. Y las ganan muy pocos. Que los efectos colaterales son infinitos. Y que sus efectos se alargan durante generaciones. «En la guerra, como en el amor, para acabar es necesario verse de cerca», decía Napoleón. Y lo de verse de cerca, hoy por hoy, no parece sencillo. De un plumazo el virus nos ha puesto en la edad media en plena edad contemporánea. Lo importante ahora es que el medievo no dure siglos, sino a lo sumo meses, unos pocos años. Ese horizonte 2023 que los organismos oficiales ya pintan con purpurina. Para hacerlo más corto sólo hay un camino: dedicar todos los esfuerzos, personales y colectivos, al renacimiento. A colocar al hombre en el centro de todas las cosas. El resto es eso: posguerra.
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